Capitulo 3

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Fuera de la vieja casa de estilo victoriano en la que había crecido, Adrianna se detuvo. Podía escuchar la música flotando a través de las ventanas abiertas y los sonidos de la risa y la gente charlando. Había pasado tanto tiempo desde que había estado en casa, que sentía los nervios y las dudas a flor de piel. Miró a su alrededor a las elaboradas decoraciones que le daban un aspecto elegante y festivo a la entrada y a los árboles. Los faroles que colgaban de los sauces llorones tenían luciérnagas dentro y había cintas que colgaban de las ramas de los árboles más pequeños, y unidas a ellas pequeñas velas flotantes. El suelo estaba cubierto con piedras talladas con runas para mantener cualquier mal fuera de la casa.

Adrianna se agachó para recoger una de las runas y pasó el pulgar por la superficie lisa. Luego dejó la runa donde pertenecía para mantener el hechizo de protección y avanzó por el camino hacia la mansión. Estaba tan concentrada en ello que cuando una forma oscura se movió desde las sombras casi no consiguió verlo. Sin embargo, lo sintió; su corazón se aceleró y su estómago dio un vuelco cuando sus ojos advirtieron la presencia de un hombre. Podía sentir la energía que emanaba de él y flotaba sobre el ambiente.

Y estaba justo detrás de ella.

Cuando se volteó, se encontró de frente con él, tan cerca, que ella contuvo el aliento.

Supo de inmediato que no era del pueblo, porque jamás antes lo había visto, pero con la aproximación de la Luna Negra era frecuente que brujos y brujas de otros lados se unieran al Clan. Un clan más grande significaba más poder y seguridad. Descubrió entonces que el hombre frente a ella era bastante joven, debía tener no más de veintitantos años, alto, con el cabello castaño y ligeramente rizado. Tenía rasgos bien definidos y unos atrayentes ojos de color azul. Iba vestido con un costoso traje gris, probablemente del extranjero. Una camisa blanca impecable asomaba por debajo del traje, y una corbata de color carmesí remataba su conjunto.

Él la miró en silencio. Ella se puso nerviosa, y en el momento en que dio un paso hacia atrás, él dió un paso adelante.

–Lo siento, permiteme presentarme –dijo de pronto.

Adrianna tragó aire, necesitándolo en sus pulmones hambrientos, sin darse cuenta de que había dejado de respirar mientras miraba al joven. Él extendió la mano para tomar la de ella.

–Mucho gusto, soy...

Su voz se interrumpió en el momento justo que tocó su mano. Fue como si una chispa saltara a través de sus pieles al ponerse en contacto. Él alzó la cabeza casi inmediatamente y la miró a la cara con los ojos abiertos. Parecía mirar en su interior en busca de... algo.

Ella se quedó perpleja, sintiendo el hormigueo que se extendía por su brazo hacia todo su cuerpo a través de su mano. Era como una energía electrizante que no había sentido nunca antes. Se dió cuenta tras un momento que todo en aquel hombre le parecía extrañamente familiar, como si lo conociera desde antes, aunque estaba segura de que no era así. A juzgar por su apariencia, no era del pueblo. Incluso llegó a notar un leve acento en su voz que no pudo identificar.

Sin apartar los ojos de los suyos, él depositó un beso en el dorso de la mano de la jóven.

–Soy Adrianna –dijo ella, tras unos segundos–. Adrianna Harris.

Él sonrió, volviendo a su postura relajada y segura.

–Así que eres la propietaria de la casa.

Saga Oscuros - El Lado Oscuro De La LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora