Capítulo 24

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Adrianna caminó por la cabaña, disfrutando del silencios. Había vivido sola durante tres años y, a veces, disfrutaba de la tranquilidad que le proporcionaba. En otras ocasiones había sido sofocante y tedioso. Sin embargo, aquellos días lo necesitaba. Casi había tenido que rogarle a Margot para que la dejara estar sola por una noche.

Encendió la música en el dormitorio y se dirigió a la ducha, sumergiéndose en el agua por completo. Luego se tomó su tiempo para secarse antes de ponerse un par de pantalones cortos negros, una camisola rosa claro y pantuflas. La paz y la tranquilidad la inundaban. Estaba bastante segura de que estaría a salvo en la cabaña, protegida por las barreras y la sal.

Adrianna estaba sentada en el sofá mirando televisión cuando escuchó el primer grito. Sonaba como una voz ligeramente conocida, gritando desde fuera de la cabaña. Se dirigió hacia la puerta y notó que ya había anochecido. Trató de averiguar de qué dirección había provenido el grito cuando otro sonó desde el bosque.

–¿Alex? –gritó, bajando lentamente las escaleras del porche mientras un escalofrío recorría su espalda.

Silencio.

Adrianna caminó en dirección al bosque, indecisa. Estaba repentinamente asustada y temblorosa, pero necesitaba averiguar qué eran aquellos gritos. Aquello era tan familiar a lo que había sucedido con Lucy, que la culpa que había sentido por abandonarla la empujaba a acudir a quien fuera que estuviera gritando por ayuda entre los robles.

–¡Ágata! –gritó entonces la voz rasposa y entrecortada.

Adrianna se quedó de piedra al llegar al origen de la voz. Era Sergei Malbont. Parecía herido y desorientado, se movía ligeramente, como temblando. Tenía una mirada extraña en el rostro, fría y vacía. Y la había llamado Ágata. Cuando ella dió un sigiloso paso hacia atrás, los ojos de él se elevaron hacia los de ella. Ella se detuvo. Él hombre parecía aterrorizado, y el sudor perlaba su frente, su piel estaba cetrina y cenicienta.

–Señor, Malbont, ¿qué suce...?

Adrianna se detuvo cuando él levantó algo en sus manos. No lo vio con claridad al principio, pero gracias al ligero brillo que bañaba la larga hoja de metal supo que era un cuchillo, delgado y afilado, lo suficientemente puntiagudo como para atravesarle la carne.

Él se abalanzó sobre ella.

Todo pareció suceder en cámara lenta, en plena oscuridad de la noche. Adrianna observó con un jadeo desesperado como el viejo Sergei le rozaba el costado con la hoja afilada del cuchillo con sus manos pálidas y arrugadas. Vió la sangre y entonces sus ojos volvieron a encontrarse con los del anciano. Tuvo la leve impresión de que él parecía luchar contra algo. Temblaba, no como si tuviera frío, sino como si tratara de controlar los fuertes impulsos de los músculos de sus extremidades.

Adrianna no fue lo suficientemente rápida; le dolía el costado, pero había podido determinar que no era tan malo como se sentía, incluso aunque su ropa estaba manchada de sangre. Se acababa de dar la vuelta para correr cuando él volvió a abalanzarse hacia ella con un grito. La muchacha cayó al suelo con un fuerte golpe que le sacó el aire de los pulmones y una piedra se clavó en sus costillas. Él anciano la tenía sujeta por el tobillo, los dedos toscos y sudados le apretaban la piel. Clavó las uñas en la tierra y trató de alejarse, pero él la sujetó con más fuerza.

–¡Señor Malbont! ¡Por favor! –gritó con labios temblorosos.

La mano sudorosa se levantó y la agarró del cabello, golpeando su cabeza contra el duro suelo dolorosamente. Las estrellas estallaron en los ojos de Adrianna. Trató de alejarse, pero fue en vano. Sabía que ella tenía más fuerzas, pero no se atrevía a hacerle daño. A pesar de la fuerza que mostraba, se veía tan delicado como una hoja seca, capaz de partirse en mil pedazos.

Saga Oscuros - El Lado Oscuro De La LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora