Capítulo 3 ─ Cambio de enfoque

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Integrarse al personal de la panadería resultó fructífero para Noir

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Integrarse al personal de la panadería resultó fructífero para Noir. No solo obtuvo un cargo de entregas que la salvó de interactuar con la mugre del establecimiento, sino que Marcelo Santos se ofreció a asesorarla en la cocina básica; y, por si fuera poco, también la acompañaba a las casas de sus clientes más frecuentados, facilitándole el proceso de memorizar los puntos clave del pueblo. Ella no era precisamente una aprendiz prodigio, así que agradeció la paciencia del hombre aquellos primeros días.

Los pedidos se anotaban por la mañana en una agenda y debían enviarse a partir de la hora del almuerzo. Un sistema desprolijo desde la perspectiva de la fémina, pues confundía los nombres y direcciones garabateados por doquier, pero servía para no olvidar detalles en jornadas concurridas.

Una tarde, antes de cerrar, su jefe insistió en que retomasen las lecciones de preparar huevos revueltos. Ahora sin cáscaras. Condición que, para su desdicha mutua, Noir fue incapaz de respetar.

—Perdón, Marcelo —murmuró, luego de fallar otro intento. Sus disculpas eran tan comunes como sus equivocaciones.

—Descuida, es cuestión de práctica y confianza. Tienes que romper el huevo sin miedo, un golpe certero es mejor que toquecitos de gallina. Anímate, ¡esta vez sí recordaste la sal! —dijo él, palmeándole la espalda—. Sigue practicando en casa, ¿entendido?

La mujer asintió, frustrada. Su mayor —y único— mérito como chef, consistía en usar la estufa para recalentar la comida que aún compraba de la calle.

Ojalá fuese tan simple encender su chimenea, mas el temor a provocar un incendio detenía sus fútiles ensayos.

Marcelo la instó a retirarse mientras él limpiaba el desorden; y justo cuando Noir se debatía entre estirar las piernas o sentarse a leer, una escena curiosa atrajo su atención. No le sorprendió ver a Sandor jaloneando una cubeta excesivamente pesada para sus manitas, sino que el resto de los pueblerinos lo ignorasen.

Una conducta que ella no imitaría.

—¡Oh! ¡Hola, Gardi! Es raro que Mark no ande contigo —saludó él, sonriéndole bañado en sudor.

—¿Cómo estás, Sandor? ¿Necesitas ayuda con eso?

Ubicada a su lado, se percató de que el objeto yacía a tope de leche.

—¿Eh? ¡Qué va! Voy a llevársela a Shiro, ¡lo he hecho un millón de veces y contando!

Aunque alardeara, su respiración irregular alarmó a la citadina. Quizás la gente no quería lidiar con su testarudez infantil, en especial si ya acostumbraba a asumir tareas de adultos. Sin embargo, ella decidió escoltarlo hasta que alcanzara su límite y cediese la cubeta. Sandor aceptó la compañía inesperada y se distrajo hablándole de la fabulosa granja de su compinche.

Tal como predijo Noir, fue cuestión de tiempo para que la criaturita colapsara, pidiendo unos segundos para «recuperar su fuerza colosal».

—Aguarda, Sandor, ¡se me ocurrió una idea emocionante! ¿Qué te parece si yo cargo la leche hasta que lleguemos con Shiro? No conozco la dirección, así que tú me guiarías, ¡igual que Marcelo durante mis entregas!

El disfraz de Su Majestad [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora