Noir aclaró su garganta y se acomodó en el amplio sofá de la cabaña de Shiro. Era su turno de recitar la siguiente línea, que ya había memorizado tras años releyéndola.
—No fue una sugerencia, Galahad, ¡te suplico que huyas! Si decides continuar a mi lado, encontrarás tu perdición en la guerra... Esta es tu última oportunidad para liberarte de la servidumbre a la corona.
Shiro acarició un brazo de su pareja y se inclinó para ojear la respuesta del caballero.
—¡Jamás podría vivir conmigo mismo si la abandonase ahora, princesa! Esa sería una peor condena que una eternidad de batallas. Por favor, preocúpese por su propio bienestar.
La mujer relató cómo las palabras del guardián conmovieron a Gardilia, al punto de echarse a llorar en su regazo. El estrés de ver su país en ruinas y la muerte de sus seres queridos resultaba insostenible para ella.
—Entréname entonces, porque pretendo apoyarlos lejos de mi escondite —prosiguió Noir, culminando el capítulo con aquella súbita petición.
—No envidio la posición de Galahad —comentó Shiro, asombrado—. Yo odiaría imaginarte peleando, pero si Gardilia es tan terca como tú, se lanzará al peligro sepa o no qué hacer.
—Hablas como si fuera la única terca en esta habitación. —La entretenida doncella cerró el libro y se estiró al levantarse—. Suficiente por hoy, ya debería irme.
—Aguarda, un capítulo más, ¿sí? —insistió él, abrazándola por la espalda. Como si el crepúsculo atravesando la ventana no bastase para indicar que Noir alargó su estadía.
—¡Dijiste eso hace dos horas! A este paso terminaremos la novela en la madrugada y tengo que trabajar temprano.
—Oh. —El festordés rió y la besó en la mejilla—. Disculpa, cielo, ¡es que muero por seguir la historia! Suelo olvidarme de todo lo demás cuando me visitas.
La mujer aceptó que la escoltase hasta la plaza; sin embargo, su charla durante el trayecto fue interrumpida por los murmullos de la gente. El estupor y fascinación en sus caras denotaron que no se trataba de un chisme común.
Noir arqueó una ceja. Habían actuado de un modo similar cuando ella arribó al pueblo.
—¿Un turista, quizá? ¿Y si Edward regresó? —teorizó Shiro, igual de desconcertado.
Escuchar la conversación de una señora con sus vecinos descartó tal hipótesis.
—¡Fijo viene del castillo! ¿Quién más traería guardaespaldas?
—Es un señor bastante distinguido, ¿por qué hospedarse aquí? Parece que los nobles nos caen del cielo.
El granjero se paralizó y asió a su pareja del brazo, compartiendo una angustiosa mirada con ella.
Noir yacía pasmada ante la probabilidad de que alguien estuviese buscándola. ¿Acaso Ed la delató? ¡No! Él nunca traicionaría su confianza. Además, de ser el caso, los curiosos campesinos repetirían incesantemente los términos «princesa» y «fugitiva».
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El disfraz de Su Majestad [Completa]
RomanceTras rehusarse a contraer un matrimonio arreglado, Noir Bellanger, heredera al trono de Caelthi, toma la osada decisión de huir lejos de las presiones reales. Así, despidiéndose de los lujos en su palacio, consigue refugio en un pueblo humilde, dond...