Capítulo 4 ─ La calidez de Festord

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Al caer una tormenta en el pueblo, Noir no estuvo preparada para su brutalidad

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Al caer una tormenta en el pueblo, Noir no estuvo preparada para su brutalidad. Por el modo en que el agua y los ventarrones azotaron la humilde cabaña, le sorprendía que esta se mantuviera de pie. Luego de padecer la noche más glacial de su vida —superando aquella donde derramó la leche de vaca—, caminó a su trabajo ataviada con un abrigo, guantes gruesos y una bufanda. Quienquiera que la viese, asumiría que se hallaba en Blyshia; una remota región al norte, cuyas bajas temperaturas eran inclementes con sus habitantes.

Ingresó a la panadería. Marcelo actualizaba el cuaderno de pedidos, mientras que sus dos clientes sostenían una peculiar conversación cerca de él.

—¡¿De qué te quejas, Shiro?! Esa lluvia fue mejor espantando intrusos que cualquier vigilante, así que agradece no haber tenido que nadar a tu granja —protestó Sasha.

—¡Yo solo decía que me aburrí encerrado! No me regañes por algo que no sucedió —se defendió él, cruzado de brazos—. Si me enfermara, faltaría a más guardias.

—Pues eso te beneficiaría, ¡siempre las extiendes! Algún día te vas a desmayar en tu turno.

—¡Pelean como dos viejos casados! Supongo que lo que más le irrita a Sasha es que no pasó la noche oculta en tus sábanas, amigo —intervino el panadero, burlón.

—¡Mark! Sabes que ya no estamos saliendo. —Shiro le dio un golpe en el brazo, sonrojado.

—¡Ja! Como yo veo las cosas, serán pareja de nuevo en menos de lo que canta un gallo. —Al alzar la vista, Marcelo encaró a su empleada—. ¡No me di cuenta de que llegaste, Gardi! Um, ese es... un atuendo original.

Noir suspiró, avergonzada. Sin duda el resto de los pueblerinos compartía su opinión.

—A-ayer hizo mucho frío, apenas dormí lo suficiente.

—Oh, ¿se te acabó la leña en medio de la tormenta? Es importante tener un suministro adicional para ahorrarte contratiempos —dijo la encargada del supermercado.

—Hay leña de sobra en mi casa —confesó la citadina—. No encendí la chimenea porque no sé cómo.

Un silencio sepulcral inundó el negocio. Los campesinos intercambiaban miradas llenas de incredulidad y asombro, como si se encontrasen frente a un ente paranormal. Sasha trató de recuperar la compostura, aunque sus ojos cafés todavía amenazaran con saltar de sus órbitas.

—¿Nunca has prendido tu chimenea? ¡P-pero si te mudaste aquí hace dos semanas! Y todas esas mantas que compraste no alcanzan para una emergencia.

—Con el cambio de ambiente y las noches heladas, es un milagro que no te diera pulmonía. ¡Debiste avisarme! Usamos hornos de leña —reclamó Marcelo—. Si te sirve de consuelo, no necesitarás tanta ropa dentro de la cocina.

—¿Tienes un pedernal, Gardilia? —indagó Shiro—. Es una roca que golpeas con un metal para crear chispas; si a eso le sumas aserrín, encenderás fuego en un santiamén.

El disfraz de Su Majestad [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora