CAPÍTULO ONCE:

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Un ocho. Esa calificación lo tenía abatido.

Ya podía imaginarse los reclamos de su padre, y a su vez, sentía que sus compañeros de clase murmuraban a sus espaldas.

Aunque no fuera así.

Su última clase había llegado a su fin, él tardó más en reaccionar y comenzó a guardar sus cosas dentro de su mochila con algo de torpeza.

−Adrien, ¿puedes esperar un momento por favor?

Le preguntó su profesora de química. Él asintió en respuesta y se despidió de Nino, diciéndole que se verían después.

−¿En qué puedo servirle?

Preguntó el rubio cuando en el aula solo quedaron su profesora y él.

−Tal vez ya sabes que hoy Luka presentó un exámen.

−Sí −Adrien por alguna razón se sintió nervioso.

−En su examen le faltaron décimas para aprobar con siete, pero es evidente el esfuerzo de ambos y es por eso que le daré el siete cerrado, así que solo quería felicitarte, estás haciendo un buen trabajo con él.

Se lo habían dicho muchas veces, él ya estaba acostumbrado a que los profesores se lo repitieran. Sin embargo en esta ocasión se sintió diferente.

¿Orgullosos de su esfuerzo? Podría ser.

−Aun así −continuó la profesora. −Luka necesita más de sietes, por ello quería pedirte que sigan estudiando juntos.

−De acuerdo profesora.

−Oh, y también quería pedirte un favor, cuando veas a Luka entregarle su exámen y estos papeles, son las bases del proyecto que tiene que realizar y debe entregarme mínimo un avance para mañana.

Adrien podía cumplir con eso, y después de que la profesora le agradeciera, salió del aula.

[...]

La mansión Agreste estaba vacía, o eso era lo que pensaba Adrien, por ello sus intenciones eran llegar directamente a su habitación.

−Adrien.

La voz potente de su padre resonó a sus espaldas e hizo eco por el gran salón.

Adrien se sorprendió, pero al instante se dio la vuelta.

−¿Sí padre?

Mantuvo la vista baja algunos segundos, y cuando la enfocó en su progenitor se asombró aún más. Su padre estaba desaliñado, su camisa arrugada, el cabello enredado y en sus manos sostenía un vaso de licor.

−¿Puedes decirme porque demonios escondes dulces en el cajón de tu escritorio?

Su padre había revisado su habitación, algo que nunca había hecho.

−No... no son para mi, yo los...

−¡Después de todo el maldito esfuerzo que he hecho de mantenerte perfecto para la imagen de la empresa!

No lo dejó terminar. Adrien vió que se tambaleaba ligeramente y trago grueso al pensar que su padre estaba ebrio.

La última vez que bebió tanto fue meses después de la muerte de su esposa, y esa última vez Adrien pagó los platos rotos.

−Lo siento padre −se disculpó, con la esperanza de ser mandado a su habitación inmediatamente.

−Tu hermano tuvo una decaída. −Por la mente de Adrien cruzó la idea de que el enojo de su padre había pasado, que al mencionar a su hermano le comentará sobre su estado. −Y todo por tu culpa.

OPUESTOS//FINALIZADA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora