CAPÍTULO VEINTIDÓS:

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—¿Dónde estabas?

Preguntó el señor Agreste a su primogénito con voz autoritaria.

—En el refugio —respondió Adrien sin mucho ánimo. —Estoy cansado, me voy a mi habitación.

Intentó pasar a un lado de su padre, pero éste no se lo permitió. Tomó el brazo de su hijo con fuerza y lo empujó hacía atrás, haciéndolo retroceder.

Adrien al instante se dió cuenta que, una vez más, su padre estaba ebrio.

—Recién recibí noticias de tu desempeño en tus clases extracurriculares, ¿me quieres explicar por qué demonios has faltado a clase?

Adrien se quedó congelado, mirando con temor cómo los ojos azules grisáceos de su padre destilaban enfado puro.

—No es así padre, he cambiado mis horarios y—

Adrien no terminó de hablar gracias a que su padre le propinó un golpe en el rostro, uno que dejó su mejilla y quijada palpitando.

—¡¿Tienes idea de cuando pagó para que tengas la mejor educación?! ¿Quieres ser un inutil el resto de tu vida?

Adrien mantenía una mano en su rostro y la mirada baja. Su padre nunca le había puesto una mano encima, eso lo tenía impactado.

—Yo no quiero hacer todo eso padre, ni siquiera tengo tiempo para salir con mis amigos.

La voz del chico era apenas audible y temerosa.

Se arrepintió de hablar en el instante en el que su padre volvió a golpearlo dos veces más.

—¡¿Subestimas mi forma de educarte!? ¡Eres un malagradecido!

El señor Agreste hablaba mientras descargaba toda su ira en el menor, quien ni siquiera tenía el valor para quejarse.

—Señor Agreste, por favor deténgase.

Nathalie se interpuso entre ambos, empujando al mayor por el pecho para que dejara de golpear y maldecir a su hijo.

—¡Eres un ingrato! ¡Tu madre estaría decepcionada de tí!

Gabriel no dejó de gritar hasta que entró a su despacho empujado por su secretaria.

La mente de Adrien estaba en blanco, ni siquiera sentía el dolor de su cuerpo cuando el nudo en su garganta apenas le permitía respirar.

Quería subir a su habitación, ahí tenía sus pastillas y era el único espacio seguro que consideraba en esa gran residencia a la que ya no podía llamar hogar.

Varios minutos después Nathalie salió del despacho de su jefe y prestó su atención ahora al Agreste menor.

—Tu padre se quedó dormido, vamos a curar tus heridas.

Adrien la siguió por la planta baja hasta la cocina, sentándose en uno de los bancos para que la mujer procediera a limpiar la sangre de su rostro.

—¿Por qué bebió esta vez?

Quisó saber, jugueteando con sus manos en su regazo.

—No lo sé Adrien, pero no es cierto todo lo que dice, él solo está—

—Siempre es lo mismo Nathalie, mi padre me odia por lo que ocurrió con mamá y Félix.

—No te odia Adrien.

—Hoy me aleje de la única persona que me hacía sentir bien y a la única que parecía importarle realmente, ¿y todo para qué?

—Eres importante para muchas personas Adrien, incluyendome.

OPUESTOS//FINALIZADA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora