CAPÍTULO TREINTA Y DOS:

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Y hablando del rey de Roma...

El mismo Gabriel Agreste se presentaba en el marco de la puerta, tan imponente cómo solo él podía ser, intimidando a la azabache, sorprendiendo al rubio y enfureciendo con su presencia al peliazul, quien estaba dispuesto a hacerle frente de una vez por todas.

—Padre —murmuró Adrien, cómo si necesitara confirmar que su progenitor se encontraba frente a él en ese instante.

—Nos vamos Adrien, andando.

¿Por qué no estaba gritando y vociferando en contra?

Su semblante era serio, pero no parecía ir más allá de eso, una expresión cotidiana.

—¿Cómo sabías que estaba aquí?

—Soy tu padre Adrien, es mi deber saber en dónde estás todo el tiempo.

—Su deber es ser un buen padre, y déjeme decirle que ha fallado terriblemente en esa tarea —sí, Luka no pudo quedarse callado por más tiempo.

Marinette sujetaba su brazo, cómo si con ese gesto pudiera contener la furia que emanaba el aura de su mejor amigo.

—Este joven insolente debe ser el dichoso Luka, ¿me equivoco?

Gabriel ni siquiera miró al peliazul, únicamente lo señaló mientras se refería a su hijo.

—No, él es Luka —respondió Adrien, quien apenas atinó a responder.

—Bueno, no puedo decir que me alegra conocerlo —afirmó el mayor, guardando sus manos en los bolsillos de sus pantalones. —Vamos Adrien, llevaremos a tu amiga a casa.

Marinette se señaló a sí misma, aun sin entender qué estaba pasando.

Hace apenas unos minutos ambos chicos habían descrito al señor Agreste cómo la persona más horrible.

Y en ese momento, no le parecía así, aunque sus comentarios hacía el peliazul fueran desagradables.

—Padre, hay algo que tengo que decir.

Adrien sabía que si no lo hacía ahora, que estaba con Luka y con la azabache, no podría ser honesto con su padre después y a solas.

—Ahora no—

—Me gusta Luka —soltó rápidamente antes de poder ser interrumpido y para él, no sabía si eso era fortuna o desventura.

—Ya veo —comentó el señor Agreste con tanta seriedad que a Adrien le dio más miedo que cuando está enojado. —Vamos a casa y hablaremos allí.

En definitiva, que su padre no estuviera enfadado en lo absoluto, o que no lo aparentaba, le daba un mal presentimiento.

—No puedo dejar que se lleve a Adrien sin antes saber que estará bien.

Intervino Luka, posando una de sus manos sobre el hombro del rubio mientras desafiaba con la mirada a Gabriel, quien miró con atención cada acción y gesto del peliazul antes de arquear ambas cejas.

—No entiendo a qué te refieres.

—Yo creo que sabe perfectamente a qué me refiero —aseguró Luka. —Así que lo pondré muy simple, si Adrien tiene un solo rasguño, en verdad se va a arrepentir.

—¿Me estás amenazando?

Finalmente, Gabriel comenzó a enfadarse, y muy en el fondo, era lo que Luka esperaba.

Quería ver cómo era Gabriel Agreste en realidad.

—Puede ser, aunque también puede ser solo una advertencia.

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