Voy cargando con mi mochila puesta en ambos hombros con la intención de ir al aula de la última clase. Bostezo cuando veo en mi reloj de muñeca que estamos a cincuenta minutos de salir. Hoy es finalmente el último día de escuela y no puedo esperar más a llegar y tirarme sobre mi cómoda cama que siempre se separa de mí por las mañanas. Sin embargo, mi acción se ve interrumpida cuando alguien me jala de un brazo al mismo tiempo que mi boca es tapada por una mano poco más grande que la mía. Soy llevada al interior del armario donde el conserje deja las escobas, trapeadores y los demás utensilios de limpieza.
—Necesito que guardes silencio —reconozco la voz al instante. Lucho contra él lanzándole codazos en lugares al azar—. ¡Deja de hacerlo! Me da comezón.
Una y otra vez lucho para zafarme de sus agarres, pero su fuerza me gana por mucho; de alguna forma, llego a quedar frente a él, volviendo a tener sus ojos claros frente a los míos a excepción de la claridad de sus pecas, que debido a la falta de luz en el pequeño cuarto de servicio no parece que tenga algunas por el rostro.
—Necesito que guardes silencio —advierte con murmuro—. Te voy a soltar la boca, pero debes prometerme que no gritarás y si lo haces, ya tengo en la mira la cuerda que el conserje usa para atar los palos de trapeador.
Mis ojos se abren con pavor, pero escapa una risa silenciosa en el lugar que aligera el ambiente. Entornando mis ojos, termino asintiendo.
—Alza el meñique para creerte —exaspera—. Las promesas con meñique son sagradas y sé que para ti lo son también.
Resoplo como puedo pero levanto mi dedo meñique para que pueda verlo. Me suelta rápido y agradezco internamente tener lejos de mi boca su mano con inicio de transpiración.
—¿Ahora qué quieres? —cruzo mis brazos.
—Quería pedirte perdón —dice sin más. Pone sus dos manos por detrás de la espalda. Agacha la mirada para ver a sus pies cubiertos de unos tenis converse un tanto sucios—. Creo que, aunque no me conozcas lo suficiente, debes de saber que yo no soy ese tipo de chico. Respeto siempre las decisiones de los demás sobretodo la de las chicas —suspiro—. No quisiera perder nuestra amistad.
El silencio que habita en el pequeño cuarto de cuatro paredes me hace sentir un poco más incomoda. Me tiende una bolsa de celofán con bolitas de chocolate blanco en su interior. Mirándolo a simple vista, no me las terminaré hasta dentro de medio año.
—Entiendo si no quieres volverme a hablar —gira con su mano la perilla dorada de la puerta oscura que nos lleva a la salida por el pasillo lateral dispuesto a salir por ella.
Sin poder pronunciar una de las palabras que pasa por mi mente, no me queda más que caminar detrás de él; abro la bolsa y de ella saco una de las bolas blancas para ofrecérsela. Él la toma esbozando una sonrisa, con la única mirada puedo entender el desenlace de la situación.
—A propósito —continúa, su boca sigue masticando el chocolate—, deberíamos dormir en una pijamada.
—No abuses —lo empujo a un lado.
***
—En serio madre, no sé cómo aceptaste que Hayden viniera a casa. Es decir, eso no es normal en una mamá. Que tenga una noche de pijamada con un chico —me dejo caer en el sillón de la sala de estar. Ella está sentada en el otro, hojeando una revista sobre diseños y decoraciones de interiores.
—Hayden es buen chico —se limita a decir, encogiendo los hombros. Su vista sigue estando en la revista.
—¡Ni siquiera lo conoces más que una vez!
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Riley, ¿me prestas tu cargador? (VERSIÓN LARGA)
Teen FictionHayden, un chico guapo, carismático y algo popular, es partícipe de un castigo que le imponen sus padres quitándole el celular y por ende su cargador. Él, adicto al aparato, se ve obligado a conseguir un nuevo celular y un nuevo cargador... Cuyo ca...