EAGAN.

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PASADO

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PASADO

Fragmentos de nuestra niñez se proyectan en mi cabeza y sonrió de forma automática.

Fragmentos llenos de colores porque estábamos en esa etapa de nuestra infancia que puedo decir fue totalmente sana incluyendo la dolorosa parte en la que nos separábamos, nos dedicábamos a aprender y nos conformábamos con jugar y dormir juntos, nuestro único pasatiempo era divertirnos de algún modo.

Y recordar mientras que al mismo tiempo comparaba mi infancia con la de mis padres fue algo que agradecí al cielo por no pasar por lo que ellos vivieron.

El que peor la paso fue papá, él simplemente solo esperaba morirse.

Ellos trataban que las infancias en nuestro Reino sean lo más sana posible, trataban de dar eso que no tuvieron.

Todos merecen respeto y cariño en todo momento pero cuando uno es niño...

Es lo único que tendrían que conocer, amor es lo único que tendrían que sentir.

–No vas a encontrarme, no vas a encontrarme...– una pequeña princesa de ojos grises casi blancos susurraba esas palabras detrás de un arbusto con rosas rojas, su cabello blanco, su piel pálida y su vestido de color rosa claro era algo que no pasaban desapercibidos en ningún lado.

–¿Dónde estará escondida mi princesa?– digo rodeando el arbusto y escucho su risa, percibo como se tapa su boquita con sus manos para hacer el menor ruido posible.

–¡Eagan!

Ella suelta un pequeño grito por la sorpresa de ser encontrada y es tan ingenua, tan inocente que no se da cuenta que su propio cuerpo inconscientemente me estaba llamando. Solo teníamos seis y nueve años nuestras feromonas eran algo que no podíamos controlar pero que a mí ya me habían explicado el porqué de sentir a Skade con un olor delicioso.

Cuando era niño tuve que crecer de golpe para cuidar de ella pero no era algo que me obligaran a hacer porque mi propio instinto me hizo madurar en ese aspecto, porque no solo me encargaba de jugar con ella sino que la cuidaba de todo lo que la rodeaba, y no fue un trabajo difícil porque ella siempre fue esa bebe la cual era sumamente tranquila pero no podía evitar sentir esas ganas de protegerla siempre, de todo a pesar de que no había peligro yo siempre estaba ahí atento a lo que sea.

Su olor a uvas congeladas, su aroma a ternura era algo que me invitaba a abrazarla y tenerla cerca de mí todo el tiempo.

–¡Te tengo!– la tomo rodeándola en ese entonces con mis pequeños brazos y su risa era esa melodía de la que jamás iba a cansarme.

–¡Skade. Eagan! Es hora.

El grito de mamá avisándonos que ya era momento de irnos, de que el día había culminado pero que no era del todo una mala noticia porque hoy era uno de esos días en el que voy a dormir con ella en el castillo de su Reino.

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