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Cuando su familia lo vió sólo lo abrazaron, Aristóteles supuso que su padre había informado a toda la familia su nuevo estatus amoroso porque no hicieron preguntas, sólo lo veían como alguien herido que si hacían un mal movimiento lo lastimarían demasiado rápido.

Se abrumó de ver a tantas personas al mismo tiempo, tantos niños, bebés, tíos y demasiada familia que, sin querer, a veces olvidaba que tenía. No podía estar al tanto de todos ni aunque lo intentara. En los dos años que vivió fuera de la ciudad sólo los vió en navidad.

Así que no sabía qué sentir al verlos, porque ya no los relacionaba con cotidianidad ni con confianza. Sólo como personas que ves de vez en cuando y que simplemente hay una cortesía ahí que no se puede romper.

La reunión termina después de la tarde, terminando de comer. Aristóteles regresa a su antigua casa, a su antigua habitación y se siente de quince años otra vez.

Se sienta en la esquina de su cama, mirando atentamente las paredes blancas, que nunca llegó a decorar porque su padre lo regañaba cuando colgaba cosas en las paredes. Una cama que compartió con Temo a pesar de ser individual.

Se recuesta en ella. Y cuando lo hace jura estar viendo de nuevo a él. Hace unos años, cuando lo único que hacían era salir de la escuela a pasar tiempo juntos. En ese mismo cuarto.

-¿Por qué nunca me habías invitado a tu cuarto Ari? - le reclamaba y a la vez se maravillaba Temo de ver la habitación de su novio - siempre estamos en el mío y el tuyo está mucho mejor.

-No quería que no estuvieras cómodo aquí con Audifaz diciéndote que me confundiste a cada rato - se ríe a pesar de que le daba tristeza que su padre no lo aceptaba - además no hay mucho que ver. Está muy vacío.

-Todos se dieron cuenta que estabas confundido antes que tú mismo Ari - Temo ríe también

-No estaba listo - mira sus manos nervioso - pero ahora sí lo estoy.

Temo estaba mirando toda la habitación detenidamente pero de pronto se detuvo al oír a su novio decir aquello. Cuando se giró para mirarlo él ya estaba detrás suyo.

-¿Y tú? - le susurra muy cerca de su boca - ¿Ya estás listo?

Temo asiente. Y se sumen en un beso que estaban prolongando, y, si hubieran podido. Se hubieran entregado el alma esa misma tarde, porque lo único que hicieron fue demostrarse cuánto se amaban el uno al otro. Sin importar que era la primera vez de ambos. No importaba, en lo absoluto, porque pertenecían ahí, con el otro. Se sentía natural, no lo pensaron mucho, era como algo que sería inminente, presente, a pesar de que no lo platicaban. Ambos sabían que pasaría pero no exactamente en qué momento. Y fue el adecuado, porque nunca se habían besado, rompieron todas las reglas, e ignoraron el ruido exterior, el que les decía que estaba mal lo que hacían. Se permitió quererlo, cuando los demás se lo prohibían.





Practicar día y noche era todo lo que sabía hacer. Tocar su teclado sin parar. Así no podía pensar, no dejaba que ningún recuerdo lo tirara a la cama por días; sin poder hacer nada más que solo llorar. Ensayaba las canciones que le había compuesto en algún momento a su pareja.

¿Es que nada tenía propio? ¿Todo lo compartía con él?

-¡No puede ser! Odio que me haya hecho esto. Lo necesitaba, él sabía que lo necesitaba - dijo, harto de que no podía tocar bien la canción, diciendo sus pensamientos en voz alta.

Y de pronto entendió que no estaba sintiendo su música. Todo se sentía falso porque la melodía y la lírica la había escrito en otro momento de su vida, algo que ya no representaba su presente, tan abrumador como para poder pensar en otra cosa. Atado a una cotidianidad insoportable que no sabía si terminaría algún día.

Y empezó a escribir. Escribió lo que le estaba pasando. Puso todo su dolor en sus canciones. Tratando de descifrar cómo describir todas las emociones negativas que estaban invadiendo su tranquilidad. No quería que fuera perfecto, sólo era una especie de terapia para él. Tenía que poner el dolor en algún lado y la música era el lugar perfecto para ello.

No había nada nuevo que contar, todo el mundo había tenido el corazón roto. No se sentía especial o dotado por haber escrito canciones acerca de su desasosiego. Solo quiso sacar de algún modo lo que sentía. Y así lo hizo; terminó siete canciones en un mes.

-Ari ¿Por qué no te metes a estudiar musica? Todo el tiempo estás metido en tu cuarto. Deberías salir, estás en edad de divertirte.

-No puedo, ma. Me iré de gira y no podré estudiar y trabajar a la vez. Tengo que practicar.

-Pues en este tiempo sal conmigo que ya casi no te voy a ver.

Ari se dió cuenta que estaba tan inmerso en sí mismo que no había reparado en eso. No vería en un buen rato a su madre, que tanto quería, ni a su hermano pequeño. Qué a menudo le preguntaba cómo se sentía.

-¿Por qué Ari está triste? - escuchó cuando le preguntó a madre.

Ella no supo qué decir, sabía la respuesta. Por supuesto que sí, pero no sabía cómo explicárselo a su hijo tan pequeño. Trato de decirle que Temo y Aristóteles se habían separado pero él seguía sin comprenderlo del todo.

-¿Por qué se separaron si los dos se quieren?

Aristóteles escuchaba detrás de la puerta de su habitación que daba a la sala donde estaban ambos, se alejó de inmediato, no quería oír nada más.

Pero tenía razón su hermano. ¿Por qué se separan dos personas que se aman? Ari creía que se querían. Si me hubiera amado de verdad nunca me hubiera dejado. Pensó. Porque sabe que yo no sé vivir sin él.

Era como tirar una moneda al aire, algo de azar. Se sentía así, lo dejaron a la deriva, a su suerte. ¿Cómo iba a funcionar solo? Lo único que conocía era el hogar que había formado con él. Todo se dividían, aunque Temo constantemente le recordaba sus obligaciones a él: pagar la luz, el agua, el gas y el teléfono. A Temo le tocaba comprar la comida, tirar la basura, comprar el agua; Cosas de las que uno no sabe que tiene que hacer hasta que se va a vivir solo. Pero él nunca lo olvidaba, como que daba por sentado que eso le tocaba hacer a él. Diego sólo aportaba con dinero pero le dejaba los pagos a ellos.

Temo no se enojaba con él, tenía una forma sutil de reclamarle las cosas.

"-Ari, ya toca el pago de la luz -". Le decía sin llegar a molestarse en realidad.

De los dos, el que se había adaptado a la vida adulta de modo casi automático fue Temo. Como que siempre quiso esa vida, la compartida.

Aristóteles había crecido en un hogar limitado, estaba acostumbrado a trabajar desde muy temprana edad, pero a nada más. A aportar económicamente a la casa pero sin saber bien cómo repartir los gastos y eso lo llevaba a complicarse cada mes con tantos pagos que dar, o en qué sí debían gastar en el súper y qué no. Una vez le dijo que notaba que a él se le daba más natural eso de vivir solo a pesar de que tuvo siempre todo a la mano.

-No lo sé - decía Temo - supongo que me hacía ilusión vivir contigo. Y demostrarle a mi padre que puedo vivir de forma independiente. Además siempre me gustó jugar a la casita.

Ari sólo reía, pero era genuina su sorpresa. Las familias de ambos pensaban lo mismo que él; que Aristóteles sería el que llevaría mejor las cosas "adultas" porque prácticamente creció de golpe. A los dieciséis ya estaba trabajando para pagar su escuela, mientras que Temo nunca tuvo que preocuparse por eso, su familia tenía demasiado dinero, no tuvo ni siquiera necesidad de preocuparse por ello. ¿Entonces cómo fue que él cuidaba de Ari? ¿En qué momento se invirtieron los papeles? Porque al principio de su relación. Él sentía que debía protegerlo, cuidar de su mejor amigo, odiaba que se burlaran de él en la escuela, quería protegerlo siempre y cuando se fueron a vivir juntos, de pronto fue a Aristóteles a quien cuidaba.

¿Cómo iba a ir por la vida solo? ¿Sin Temo diciéndole siempre que tuviera cuidado al salir por la ciudad? ¿Quién le iba a recordar todas esas cosas a partir de hoy? ¿Quién era él sin Temo? ¿Quién dejó de querer al otro primero?

Porque mientras Temo estaba preparando dejarlo, Aristóteles planeaba proponerle matrimonio.

De noche vienes ; AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora