Mordida

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Día 9: Mordida

Lamento si hay errores, tuve poco tiempo para corregir. 

•••

     Tomó asiento con pesadez en uno de los sillones individuales del austero departamento de Liam. Este había ido en busca del botiquín de primeros auxilios, y su ausencia le dio unos momentos para reflexionar. Al final, aquel sujeto se había marchado, pero la revelación que le hizo le aportó nuevas interrogantes.

     ―Ya veo. William no me había comentado que estaba viendo a alguien ―dijo entonces el hombre, después de un silencio tenso. Y aunque sonreía otra vez, Sherlock creyó ver un deje de burla en sus ojos verdes cuando le estrechó la mano―. Soy Albert James Moriarty, hermano mayor de William.

     Cerró los ojos de cara al techo. A regañadientes tuvo que reconocer que sintió celos al ver a ese sujeto ―a otro alfa― tratar a su pareja con tanta cercanía y sus propias feromonas dieron cuenta de ello. Que resultara ser su hermano lo hacía parecer un estúpido inseguro, y de ser posible evitaría abordar el tema con Liam; sin embargo, las piezas se ensamblaban por sí solas y no había manera de detenerlas.

     ―No son hermanos de sangre ―fue lo primero que dijo, a modo de afirmación, señalando a Liam cuando este llegaba con el pequeño maletín blanco y se acomodaba enfrente de él.

     Él, por supuesto, no reaccionó de ninguna manera. Sacó una botella de alcohol etílico y vertió un poco sobre un trozo de algodón.

     ―No, no lo somos ―dijo, untándole la pequeña herida con cuidado―. ¿Sientes celos debido a ello?

     ―¡Claro que no! ―negó con ímpetu a pesar de la vergüenza―. Habías mencionado que tenías otro hermano, y en base a la poca información que me diste, debo concluir que él adoptado no es él, si no que Louis y tú lo son. ―Torció la boca en una mueca ante el ardor en su barbilla.

     ―Tienes razón, la familia Moriarty nos adoptó cuando éramos niños. Antes de eso vivíamos en un orfanato.

     ―Pero ahora están distanciados de ella; imagino que algo debió suceder.

     ―¿Qué crees que fue? ―dijo, alentando su curiosidad como el profesor que era, como si se tratase de la pregunta de uno de sus estudiantes. Terminó de desinfectar el lugar y se dispuso a cubrirlo con la una banda protectora.

     ―Creo que guarda relación con el sistema de clases y tu decisión de ocultarte ―contestó, midiendo sus reacciones―. Sé que las familias adineradas no dejan esas cosas al azar.

     ―Aciertas otra vez: dejarlo al azar es un riesgo absurdo. La familia Moriarty necesitaba asegurarse de tener un heredero alfa a como dé lugar, de lo contrario el apellido no perduraría hasta la siguiente generación. ―Guardó las cosas dentro del botiquín antes de cerrarlo y ponerlo sobre la mesa de centro. Entonces lo miró con una leve sonrisa―. Ellos acababan de perder a su segundo hijo en su accidente y no podían saber con certeza que Albert se convertiría en un alfa, por lo que decidieron adoptarnos para reemplazarle en caso de que alguno de nosotros sí lo fuera.

     ―Pero resultó no ser necesario ―dijo, frunciendo las cejas con amargura. Tomó la mano de Liam y comenzó a repartir caricias por su piel.

     ―Albert se reveló como un alfa en la adolescencia y nosotros nos volvimos innecesarios al ser un omega y un beta. Al fin pudieron dormir tranquilos por las noches, pero la señora comenzó a creer que intentaría seducir a su hijo y el ambiente en casa se volvió más... difícil.

     ―¿Una mujer como esa es tu madre adoptiva?

     ―Sherly ―pronunció su apodo con indulgencia y entrelazó sus dedos con los que le acariciaban―, la de ella es una forma de pensar bastante común dentro de ese círculo, e incluso fuera de él. En este mundo ser omega es una desventaja con la que hemos de cargar.

     Cuando se calló, Sherlock tiró de él hacia sí para que se sentara en su regazo. Aunque algo sorprendido por lo abrupto del gesto, Liam le siguió y dejó que le abrazara sin mediar réplicas. Su malestar bullía en sus feromonas, así que no hacían faltas las palabras.

     ―No aparentes que te sientes bien al hablarlo, no conmigo ―susurró contra su cuello, momentos después―. Déjame recibirlo todo y consolarte, aunque sea por media hora. ―Tal vez no pudiese oler su fragancia particular, pero sin ella todavía podía comprenderle.

     Liam no le dijo nada, simplemente se acurrucó más contra él. Permanecieron así hasta que Louis llegó a casa.

     Su relación se afianzó tras ese día; el joven matemático empezó a pasar más tiempo en su departamento en Baker Street y viceversa. Incluso lo invitó a pasar la noche en el suyo, si bien se limitaron a besarse y dormir. No era cómo si necesitase mucho más mientras estuviesen juntos.

     Continuaron de esta manera por un par de meses, hasta que Liam apareció frente a su puerta con una petición.

     ―¿Liam, tú... dejaste los inhibidores del aroma? ―No es como si necesitase una respuesta en realidad, pero se tomó un minuto para procesarlo. Un suave y dulce aroma a vainilla llenaba sus fosas nasales, y solo podía provenir del hombre frente a él cuyos ojos le observaban con tranquilidad.

     ―¿Es de tu agrado? ―contestó. Se abrió paso por sí mismo hasta su cuarto, a la derecha del pasillo.

     ―Por supuesto que sí, aunque eso ya lo sabes ―dijo, extasiado. Fue detrás de él deseando estrecharle entre sus brazos para capturar aquel perfume―. ¿Qué es lo que te traes?

     Este echó un vistazo a su alrededor, impávido ante el desorden, y finalmente se sentó sobre la cama. Con un gesto le invitó a que se le uniera.

     ―Muérdeme, Sherlock ―pidió con seriedad; los ojos rojos, grandes y alertas, delante de los suyos azules―. Lo he estado pensando y es lo que quiero. Quiero tu marca, solamente la tuya, así que ponla sobre mí.

     Apenas podía creer lo que oía, pero la determinación que proyectaban sus feromonas era indesmentible. Tuvo que tragar y desviar la vista.

     ―Debo preguntártelo al menos una vez: ¿estás seguro de esto?

     ―De no estarlo no habría venido. Tampoco esperes que me arrepienta.

     ―Eso debería decirlo yo ―resopló, y volvió a girarse hacia él―. Ya sé que cuando te decides a hacer algo lo llevas hasta el final, a cualquier costo.

     Sofocó su risa con un beso y le ayudó a recostarse sobre el edredón. Se situó por detrás, y tomó su mano hasta llevársela a la boca, por encima de su hombro. Pasó los dientes por las yemas, haciéndole probar el filo de sus incisivos. El aroma a vainilla cobró intensidad. Su propio cuerpo comenzó a reaccionar a los estímulo y se apegó más a él; los labios contra la inmaculada piel del cuello. Siseó con una urgencia desconocida para él y la mente se le nubló.

     Retiró los labios y sus dientes desnudos penetraron la carne.

Deseo sin fraganciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora