Bozal

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Día 14: Bozal

•••

     Ajustó la correa negra detrás de su cuello y retrocedió para ver el resultado. El bozal de cuero tenía forma alargada, como el de un animal, y múltiples aberturas en los costados para facilitar la respiración. Sherlock le estaba mirando con el ceño fruncido, aunque los ojos azules le brillaban con la misma impaciencia que se traslucía en su aroma.

     Puso en marcha el temporizador del teléfono y dejó este sobre la mesa que tenía detrás. Entonces fue tiempo de sentarse en su regazo.

     ―¿Estás listo, Sherly? ―dijo en su oído, pasando el brazo tras su cabeza―. Espero que no intentes perder a propósito.

     ―Subestimas mi autocontrol, otra vez ―contestó él entre dientes―. Ya veremos quién gana.

     La vez anterior que lo había tentado, antes de ser pareja, realmente le sorprendió su fuerza de voluntad. Sin embargo, ahora era distinto; esta vez él podía olerlo y ya conocía la sensación de marcar su piel. Ambos factores pondrían a prueba su capacidad de mantener la cordura en lugar de dejarse arrastrar por sus instintos.

     Lo primero que hizo William fue inclinarse para besar su cuello de manera superficial, a la par que dibujaba líneas en su hombro con el dedo índice. No hubo respuesta inmediata aparte de la creciente densidad de su fragancia; limón, naranja y bergamota le envolvieron furiosamente y por un momento dejó de respirar. Sherlock emitió un sonido de burla.

     ―No deberías reír antes de tiempo ―advirtió antes de morderle el lóbulo y delinearlo con la punta de la lengua. No podía negar cuán difícil era también para él; de no estar tomando supresores todavía, aunque en cantidades bajas, el resultado sería desastroso.

     Hacía un par de días halló debajo de su almohada una gargantilla de omega, y comprendió deprisa que Sherlock lo había puesto allí, sin decirle nada, para que no se sintiese obligado a aceptarlo. Le dio otra vez la libertad hacer como si nunca lo hubiese visto, y es lo que había estado haciendo hasta ahora pese al sentimiento de culpa que le despertaba. No quería que Sherlock fuese tan considerado con él; ¿cómo podría compensar tanta entrega? A veces temía que su amor no fuera suficiente.

     Tampoco deseaba que estas dudas fluyeran en sus feromonas, así que luchó por concentrarse mientras ladeaba el rostro para succionar otra marca debajo de su mandíbula. Si Sherlock ganaba esta pequeña apuesta que planeó, podría pedirle a cambio que usara la joya en su próxima cita. En caso contrario, lo haría confesar.

     De repente, sus brazos, que habían permanecido lejos de su cuerpo con todo el autocontrol del que era capaz, se movieron y le rodearon la cintura. Elevó el rostro tras separarse de su piel y le miró directamente con una sonrisa. ¿De manera que era su victoria? Su propio corazón latía descontrolado, y no era esa la razón.

     ―¿Te rindes...? ―Le vio levantar las manos y supuso que sería para quitarse el incómodo bozal. Sin embargo, en el último momento, deslizó una detrás su nuca y acarició su marca y la glándula dentro de esta con las yemas de los dedos.

     La reacción fue instantánea. Su espalda se curvó a la vez que lo recorría un estremecimiento similar a una descarga eléctrica. Debió apoyar las manos sobre sus hombros para no ceder. Y aunque solo duró unos segundos, aquel lugar era lo suficientemente sensible para debilitarlo más allá de sus límites.

     Medio segundo después, la alarma de su teléfono comenzó a sonar sobre la mesa. Terminaban los quince minutos del desafío.

     ―Parece que gano yo ―dijo momentos después, riéndose entre dientes mientras se quitaba el artefacto de la cara―. ¿Ahora sí puedo reír abiertamente, Liam?

     William, que se había desplomado sobre el sillón, le lanzó una mirada de fingido desagrado.

     ―Es obvio que estuviste contando los minutos desde el primer momento, eso fue lo que te ayudó a mantener la cabeza fría ―explicó a la vez que respiraba hondo y recuperaba la compostura, irguiéndose en su lugar―. Aunque debiste estar a punto de caer; de lo contrario no habrías atacado mi cuello.

     ―No había ninguna regla que lo impidiera. ―Se encogió de hombros y extendió la mano para remover un cabello de su mejilla―. Debiste proteger tu punto débil; siendo tú, fue un grave descuido...

     Tomó su mano y la apartó de su rostro aún caliente, pero no la dejó ir. Sonrió para sus adentros.

     ―Era una justa desventaja considerando ese bozal ―repuso―. Ya que apostamos un día libre, ¿en qué vas a querer invertirlo?

     Sherlock pareció considerarlo con la misma abstracción con la que solía analizar acertijos. Al cabo de un minuto, sus ojos dejaron de entornarse y entrelazó sus dedos.

     ―¿Qué tal esto? Vayamos a un lugar donde nadie nos reconozca, aunque tú tendrás que decidir cómo o dónde. Sorpréndeme.

     Pero William era el único desconcertado. No era esa la propuesta que esperó. 

Deseo sin fraganciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora