Construcción del nido

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Día 11: Construcción del nido

•••

     Sin desviar la vista del espejo, William palpó suavemente la marca. Tenía entonces una semana de antigüedad, y hasta la fecha la había mantenido oculta a consciencia bajo capas de maquillaje. Por ahora, sin embargo, no necesitaría hacerlo.

     ―¿Liam? ¿Puedo entrar? ―escuchó que le llamaba Sherlock desde la puerta entreabierta de la habitación. Había estado tan distraído que no alcanzó a oír el sonido del timbre que anunció su llegada.

     ―Adelante. ―Salió tras apagar la luz del cuarto de baño. Al verlo y sentir su fragancia, notó que lucía algo intranquilo mientras jugueteaba con la correa del enorme bolso que traía a cuestas, a pesar de que no era la primera vez que estaba allí―. ¿Todo bien? ¿Louis te dijo algo?

     ―Para nada, él y yo cada vez nos llevamos mejor ―dijo con una sonrisa torcida―. Pero no puedo evitar preguntarme si esto te servirá de algo. Siento que solo llenaré tu habitación de basura inútil.

     ―¿Algo así como tu propio cuarto? ―se rio, aunque su aspecto inseguro le causaba ternura.

     ―No es lo mismo, yo tengo mi propio sistema. ―Lanzó el bolso negro al suelo y fue a dejarse caer sobre la silla delante del escritorio, enfrente a la cama―. Como sea, es tu nido. Tú decides cómo decorarlo.

     La creación del nido era algo natural para su clase, hubiese o no una pareja de por medio. No obstante, considerando que solía usar supresores que interrumpían el ciclo, no solía tener la necesidad de uno.

     Puesto que estaba de vacaciones, había disminuido la cantidad de estos que ingería, y creyó que iba a necesitarlo para pasar el próximo celo en él; ya que dudaba que pudiese impedir que ocurriera. Es por eso que le pidió a Sherlock su colaboración para darle forma, aunque empezaba a temer que fuera una molestia.

     Quizás había ido demasiado lejos; tal vez ahora su interés comenzaría a disminuir, después de todo, ya no representaba un desafío. Todos sus misterios tenían respuesta.

     William se hundió en estos pensamientos deprisa y justo delante de sus ojos, olvidándose de que él lo percibiría de inmediato. Reaccionó al sentir que la palma de su mano acunaba su cara.

     ―¿Qué pasa? De repente tu aroma se tornó amargo. ―Se había puesto de pie y le miraba con una preocupación palpable.

     ―Es una molestia que puedas leerme de esa forma ―dijo con un suspiro―. Pero no ocurre nada, solo cambié de idea. Es mejor que dejemos esto. Puedo encargarme yo mismo más tarde.

     ―Oye, espera, ¿cómo vamos a dejarlo así? Se supone que te ayudaría.

     ―No hace falta, y tampoco es justo que desperdicies tanto tiempo en esta clase de cosas. ―Retrocedió, y desvió la vista―. ¿Podrías olvidar que te lo pedí?

     Sherlock frunció el ceño y se rascó la cabeza. Miró hacia el piso, en dirección hacia los objetos que había traído.

     ―De ninguna manera, y no digas eso. ¿Cómo va a ser un desperdicio ayudar a que te sientas cómodo?

     Se sentó a los pies de la cama, y le miró de nuevo, dubitativo.

     ―Estoy arrastrándote más de la cuenta, Sherlock. Incluso hice que me marcaras. ¿No crees que será un estorbo después...?

     ―¿Después cuándo? ¿Piensas que voy a cansarme de ti? ―se acuclilló frente a él y le tomó las manos―. Maldita sea, Liam. Con marca o sin ella, lo que siento por ti no va a desaparecer.

     ―Quizás se debe al instinto del alfa, y lo último que quiero es que te sientas obligado a estar conmigo ―confesó en voz baja, doliéndole cada sílaba. Las feromonas de Sherlock le transmitían sus sentimientos como una lluvia cálida y su propio corazón amenazaba con desbordarse.

     Sherlock negó con la cabeza y posó los labios sobre sus dedos.

      ―Antes de conocerte nunca me interesaron las relaciones, así que tampoco sé cómo manejar estas cosas, ¿de acuerdo? Solo sé que te quiero te a ti ―soltó con sinceridad, pero enseguida apartó los ojos un tanto avergonzado―. Y esperaba no decepcionarte.

     William cerró los ojos e inspiró profundamente. Cuando dejó salir el aire, una frágil sonrisa curvó su boca.

     ―Nunca lo harías.

     Sherlock se puso en pie y le rodeó los hombros en un abrazo apretado. Al alejarse le besó las mejillas con ahínco hasta hacerlo reír entre dientes.

     ―Bien. ¿Qué dices de seguir con lo anterior? En realidad, traje muchas cosas que quería mostrarte.

     ―¿Más de las que me has mostrado ya en tu departamento?

     ―Claro. No habría sorpresa si no ―repuso con renovado entusiasmo―. Vamos a ello antes de que se oscurezca. 

Deseo sin fraganciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora