Cachorros

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Día 31: Cachorros

Este es el final, aunque no se suponía que fuese tan largo. Cualquier error lo corrijo más tarde.

•••

     Sherlock estaba esperándole en la terraza del cafetería cerca de la universidad, tenía el teléfono en la mano y miraba a su alrededor cada medio minuto. Apenas parecía reparar en la taza que tenía delante. William lo observaba desde la acera de enfrente; había llegado al lugar completamente decidido de lo que iba a plantearle, sin embargo, un último aluvión de inseguridad se precipitó sobre su espalda en el momento en que lo vio.

     Él, que le había elegido a pesar de ser alguien que escondía su casta y le había permitido descubrir tantas cosas, merecía mucho más que lo que había estado ofreciéndole hasta el momento. Era probable que cualquier otro omega fuese una mejor elección, tanto en términos reproductivos como sociales, y en el fondo le preocupaba que llegara a esta misma conclusión después de oír lo que iba a decirle. Una persona tan inteligente como él debería hacerlo.

     A pesar de este temor, solo había una manera en que podía proceder si quería estar a la altura. El amor que le profesaba tampoco le dejaría rendirse de querer estar a su lado, pero incluso si lo perdía al final, no iba arrepentirse de su decisión. Recordarlo le llevó a dar el primer paso y cruzar la senda peatonal.

     Cuando traspasó el portal del recinto, se despidió de sus dudas y de la persona que había fingido ser por tanto tiempo. Sherlock levantó la vista mientras se acercaba a su mesa, y el asombro se adueñó de su semblante al percatarse de lo que traía al cuello.

     ―¿Qué ocurre? ―le dijo, al tiempo que tomaba asiento en la silla delante de él. Después señaló el colgante con el índice y giró levemente la cabeza para que pudiera verlo por detrás― ¿Tan mal se me ve? ―Inquirió entonces, con una insinuación de sonrisa, aunque no hubiese recibido respuesta de su primera pregunta.

     Sherlock se llevó la mano a la boca y apartó la vista en un gesto de la más rotunda incredulidad.

     ―Nunca creí vértelo puesto ―pronunció en voz baja, pero poco a poco su rostro se iluminó. Sacudió la cabeza y empezó a reír―. ¡Y no lo digas ni en broma! Te queda tan bien que parece que lo hubiesen hecho especialmente para ti. Tengo buen ojo para esas cosas.

     ―Es en verdad hermoso ―observó al tiempo que acariciaba la cadena―. Lamento no agradecerlo como es debido hasta ahora.

     ―Creo que merezco un beso por él y otro más en compensación por el retraso, ¿no te parece?

     ―Ya lo creo.

     Inclinándose por encima de la mesa, tocó su rostro y le besó. Entreabrió la boca, haciendo caso omiso de los otros clientes, y se separó para mirar a corta distancia sus ojos brillantes. Entonces volvió a presionar sus labios una vez más.

     ―¿Estás satisfecho ahora? ―Porque en lo que respectaba a William, estaba más que complacido con ver de nuevo su expresión de sorpresa.

     ―... ¿Qué demonios te pasa hoy? ―preguntó al recuperarse, con las cejas inclinadas―. Admito que fue muy candente, pero tú siempre evitas hacer esta clase de cosas en público.

     William le dedicó una sonrisa muda y su mirada se perdió en la lejanía. Al fin llegaban al tema central del encuentro.

     ―Te pedí que nos viéramos aquí para contarte algunas cosas ―comenzó, juntando las manos sobre la superficie transparente―. He renunciado a mi trabajo en la universidad. Desde hoy estudiaré otras ofertas de empleo, pero solo elegiré el lugar en que se me permita vivir sin esconder lo que soy.

Deseo sin fraganciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora