Protección/Pelea

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Día 22: Protección/Pelea


     Se sintió débil entre sus brazos. Sabía que Sherlock bromeaba, pero de alguna manera parecía haberse vuelto más audaz e imponente en su manera de abordarle; la aguda mirada en sus ojos azules tiraba de él y su aroma seducía sus sentidos. La pura imagen de sus clavículas bien definidas al descubierto, sobre el borde de la camiseta negra y la chaqueta de cuero del mismo color, hizo que su garganta se cerrara.

     ―Aún no ―dijo, con toda la determinación que logró reunir. Le empujó suavemente para que le soltara―. Las escucharé después de que guardes tu equipaje.

     ―Puedo hacer ambas a la vez, ¿apostamos? ―le propuso en un susurro, adelantándose hasta casi rozarle los labios. William cerró los ojos lentamente e hizo ademán de inclinarse, pero al último momento retrocedió con una discreta sonrisa.

     ―Tal vez cuando termine de preparar la comida ―respondió―. No creo que quieras pasar hambre esta noche.

     ―Tch. Es la última de mis prioridades, pero como quieras. Si cambias de opinión estaré en nuestro cuarto.

     En definitiva, estaba siendo más descarado que de costumbre, pensó mientras iba a echarle un vistazo a la alacena. Una sensación de cosquilleo le acarició la marca al agacharse sobre los compartimentos inferiores, pero no le dio importancia.

     Sin embargo, volvió a experimentarla cerca de una hora más tarde, cuando deambulaban por los pasillos del supermercado a varias calles de allí. Había descubierto que le faltaban ingredientes para cocinar la cena, y partieron juntos de compras cuando Sherlock terminó de acomodarse.

     ―Me conformaría con algo instantáneo ―dijo él, encogiéndose de hombros con las manos en los bolsillos en tanto echaba un vistazo hacia una pila de latas―. Pero supongo que ya tienes algo en mente, ¿no? ¿Liam?

     Levantó la vista hacia él en cuanto puso una mano sobre su hombro. El toque le había hecho volver en sí con un respingo.

     ―Sí, te escuché ―contestó, apretando levemente el ceño y desviando la mirada―. Iré a buscar algunas verduras, tú elige lo que quieras.

     ―¿Te parece bien? Tal vez acabe llevando comida chatarra ―le provocó, pero William estaba demasiado distraído para seguirle.

     ―No eres un niño, Sherlock. Puedes hacer al menos eso.

     Le dejó junto al carrito y se dio la vuelta para internarse en el sector de frutas y vegetales. Su olfato parecía estar volviéndose más agudo, y con ello las feromonas de la gente a su alrededor, por muy tenues que fueran, comenzaron a provocarle náuseas. Eran las molestias previas al celo; solían presentársele con un par de días de anticipación, pero no había creído que serían ahora tan intensas.

     Intentó concentrarse en la tarea que tenía entre manos. Seleccionó algunas patatas y un par de tomates. Durante unos minutos creyó sentirse mejor, a pesar del leve ardor en la zona de la marca en el que se había transformado su molestia inicial. Tomaría un analgésico cuando llegase a casa, se dijo, y se dispuso a levantar una cebolla de entre las que había sobre un aparador.

     Un fuerte mareo le asoló antes de que la tocara, seguido de un repentino golpe de calor que le subió hasta las sienes. Soltó las bolsas de plástico que llevaba en la mano izquierda; el mundo se venía abajo a su alrededor y la única manera de no caer con él era aferrándose con ambas al borde del mueble. Aun así terminó de rodillas sobre el suelo mientras temblaba.

     Febril y desconcertado, comprendió pronto su error. Había calculado que el ciclo no iba a comenzar hasta dentro de uno o dos días, pero evidentemente los diversos factores nuevos que entraron en la ecuación hicieron que el resultado fuera imprevisible. Los supresores que dejó de tomar y la mordedura de un alfa, junto a sus feromonas, lo alteraron. Ahora languidecía en medio de un lugar público por culpa de su propia negligencia. Pudo percibir que la atención de centraba en su figura impotente antes de oír las voces aproximándosele.

     ―Oye, ¿estás bien? ―dijo alguien― ¿acaso olvidaste tomar esas cosas? Supresores o lo que sea.

     ―Tiene el aroma de un alfa sobre él, pero está solo ―comentó otro sujeto en tono mordaz―. No me molestaría echarle una mano con el problemita. Huele bastante bien.

     ―¿Qué dices, vienes con nosotros? ¿O estás tan caliente que ya ni siquiera puedes hablar? ¡Hey!

     Le sacudieron por el hombro, pero cuando alzó la vista con desagrado solo obtuvo una mirada de refilón de un par de rostros masculinos cerniéndose sobre él, antes de que el piso se remeciera y sus ojos volviesen a cerrarse. Enseguida oyó un golpe seco, al que le sucedió el estruendo de un objeto metálico y variados insultos.

     ―Desaparezcan antes de perder el resto de los dientes ―exclamaba la voz de Sherlock, unos momentos después. Venía de detrás de él, pero no le hizo falta mirarlo para percibir cuan enfurecido estaba. Sus feromonas, teñidas por la ira, le envolvieron y fue como si un bloque de concreto cayera encima de sus hombros―. No lo diré de nuevo, bastardos. 

Deseo sin fraganciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora