6. La pequeña Clarke

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Clarke Ava Griffin nació la segunda y última de un complicado matrimonio en Dala City, al sur del Condado de San Mateo, San Francisco. Desde muy chiquitita había sido encantadora y amable, además de cariñosa, muy inquieta, casi rozando la hiperactividad, de fácil distracción y con mucha inteligencia. Amaba los animales y la lectura; odiaba las tormentas, aunque le gustaba la lluvia, le aterrorizaban los truenos, relámpagos y rayos.

Su madre, Eleanore Griffin, fue hija única adoptada por una pareja en San Mateo, tuvo una infancia y adolescencia bastante felices entre la harina y los hornos de la panadería de su padre y las máquinas de coser y los telares de su madre, que era costurera. Nunca conoció a su familia biológica, ni lo necesitó, pues se sentía muy afortunada con los padres que le habían tocado y nunca pensó en lo que pudiera haber sido. No sabría de quién había heredado sus ojos azul cielo o el cabello castaño pelirrojo, ondulado y espeso; tampoco de dónde salieron su nariz respingona, sus diminutas orejas o ese hoyuelo en su barbilla; ni a cuál de sus antecesores se parecía en su altura promedio, complexión de generoso pecho y anchas caderas. Y, en cualquier caso, siguió sin importarle.

Eleanore conoció al que fue el amor de su vida, Abraham Harris, y el cual también se convertiría en su peor enemigo, en el último curso de instituto, ya con dieciocho años. Abraham era un joven soldado que acudió a su centro para dar unas charlas de orientación sobre el ejército, intentando captar la atención de los chavales para unirse a las tropas. La Guerra Fría estaba en su segunda mitad, la llamada «Era Reagan-Gorbachov», y la Unión Soviética y Estados Unidos seguían disputando en guerras de terceros países, aunque cada vez menos. Las llamadas a los soldados estadounidenses eran recurrentes en dichos conflictos como Libia y Afganistán, en África y Asia Occidental respectivamente, también Europa del Este y para algunas intervenciones en Latinoamérica. El chico tenía veinticinco años, apuesto, alto, fuerte y muy atractivo, más cuando tenía ese aire de autoridad y poder al estar con su uniforme y la gorra. Abraham tenía unos hipnotizantes ojos azul oscuro, que destacaban bajo esas largas y rubias pestañas, con un cabello casi rapado de tono claro y aquella expresión firme que rodeaba su rostro varonil, de mandíbula cuadrada y muy bien afeitado. Harris era casi un adonis, se convirtió en segundos en el sueño húmedo de muchas de las chicas de aquel instituto, pero él se había fijado solo en Eleanore Griffin.

Abraham siempre había querido ser militar, desde que tenía memoria, igual que lo fue su padre y, antes, su abuelo. Su abuelo había muerto en la guerra de Corea, igual que su padre lo hizo, quince años después, en Vietnam. Eso hizo que Harris los considerase héroes de la batalla, pues murieron por, él entendía, defender su país. Su abuela murió casi de pena al perder a su hijo de igual forma que a su marido y, además, ver a su único nieto pensar, sin alternativa, unirse a aquello que ella consideraba suicida. Abraham y su madre se quedaron totalmente solos cuando él tenía quince años, al fallecer la abuela, aunque nunca necesitó a nadie más, tenía su academia militar y sus compañeros, ya que pronto formaría parte del ejército y nada más importaría. Ni siquiera flaqueó cuando, cinco años después, su madre falleció a causa de cáncer uterino.

En el momento en que Eleanore y Abraham cruzaron sus miradas fue como si saltasen chispas totalmente incendiarias. Ella siempre se había abstenido de los ligoteos, no veía interesante a los chicos de su edad. Él había estado tan centrado en el ejército que nunca se planteó que una muchacha pudiera servirle para algo más que desfogarse alguna noche solitaria. Ambos chocaron aquel día de forma irremediable. Harris sacó todo su encanto escondido para camelarse a la joven Griffin, que intentó mostrarse fuerte, pero no pudo resistirse a esa sonrisa de perfectos y blancos dientes, rematado por ese pequeño lunar sobre sus labios. Abraham consiguió conquistar el corazón de Eleanore, presentándose incluso de manera oficial a sus padres para pedir su mano cuando su hija se graduase de la universidad, en la que pronto ingresaría para estudiar Relaciones Laborales y Recursos Humanos. Mientras, él continuaría su carrera militar para poder darle la mejor vida a su hija y posibles nietos, así que Scarlett y Caleb Griffin no fueron capaces de negarse ante el encantador soldado, aunque la decisión era de su amada niña.

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