13. Odio las tormentas

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Tanto Adam como Clarke se parecían en su modo de ofrecer gratitud, no solo por la proposición en sí para hacerlo, sino también por la forma en que sus ojitos azules brillaban distinto y en su rostro se dibujaba un gesto de no haber roto un plato en la vida ¡jamás!

Ese viernes pudo comprobar cuánto había heredado Adam de Clarke, o tal vez cuánto aprendió de ella y sus gestos. La camarera se iba a retrasar unos minutos más que de costumbre, la había avisado por mensaje de que llegaría un poco tarde porque uno de sus compañeros se había puesto enfermo y estaban haciendo casi malabares para reorganizar el cuadrante. Pensó en ofrecerse a acompañar a Adam hasta el Chez Granny y dejarlo allí con su tía, pero sabía que no tenía la potestad para ello, no podía sacar a un alumno del colegio sin permiso de sus tutores, por más confianza que pudiera tener con la persona en cuestión que debía recogerlo ese día. Así pues, se quedaron solos en el aula cuando todos los demás niños fueron recogidos y le propuso echar una partida al ajedrez, recientemente el pequeño había aprendido a jugar. Para ser un novato y tan jovencito, no se le daba nada mal, eso y que ella era más de las damas que del ajedrez, hacía que fuese una contienda entretenida. Estaban en una de las mesas infantiles, el niño sentado en una silla y ella, en el suelo, ya que sus piernas eran demasiado largas para la altura del mueble.

—Señorita Woods, ¿puedo hacerte una pregunta? —llamó su atención Adam mientras arrastraba una torre a su nuevo lugar. Ella asintió, a lo que el pequeño enfocó sus ojos azules, esos Griffin tan embaucadores, y puso su carita de inocencia más absoluta. —¿Eres amiga de mi tía Clarke?

—Sí, se podría decir que sí. —no dudó mucho en responder, lo de ser solo vecinas fue algo que no duró ni unas horas, desde el principio era algo más. —¿Por qué lo preguntas?

—¿Y las amigas salen juntas a pasear algún sábado? —planteó el niño. Ella inclinó la cabeza a un lado, moviendo su caballo para comerse un peón y asintió. —¿Y van juntas a la feria de la bahía? —volvió a asentir. El niño, de paso, aprovechó para comerse el caballo que había movido antes con un alfil, vaya, la había engañado. —¿Y tú quieres ir?

—Adam, ¿a dónde quieres llegar con estas preguntas?

El niño bajó la mirada un segundo, sus mejillas se sonrojaron ligeramente y sonrió con timidez al volver a hablar, esta vez sin mover las fichas del tablero.

—Mañana vamos a ir a la feria de la bahía, tía Clarke siempre me lleva en otoño, porque es nuestra estación favorita, ya que hace frío y podemos comer castañas asadas, además de jugar en todos los puestos y montarnos en las atracciones. —explicó el niño con todo detalle, y sin trabarse ni una sola vez, iba mejorando en eso de controlar su ímpetu cuando se emocionaba. —Me gustaría que vinieras con nosotros. Mis papás dicen que eres mi profesora y que no saben si yo debería preguntártelo, pero eres amiga de tía Clarke, y sé que habéis salido juntas en otras ocasiones, así que es casi lo mismo ¿no? Seguro que no le importa que vengas, le gusta pasar tiempo contigo.

¡Vaya! ¿Se le acababan de poner las mejillas algo coloradas por ese comentario de Adam? Pues claro. Al parecer Clarke le hablaba a su familia de ella, contándole que se lo pasaban bien juntas. Eso la puso más contenta, quizás, de lo que debería, imaginándose un sinfín de posibilidades por las cuales eso sería así, y no queriendo quedarse solo en la idea de que la consideraba una buena amiga, sino de que podría llegar a gustarle. Tenía dudas, claro, pero después de la cena en el Restaurante Honey, cuando descubrió que Clarke era bisexual, las esperanzas empezaron a resonar mucho más fuerte, y más aún cuando la camarera dijo que le gustaban las personas y le daba igual lo que tuvieran entre las piernas. ¡Ah! Es que eso había hecho retumbar todo su interior y su sonrisa se volvió infinita y perpetua, aunque imaginó que la rubia no entendió el impacto real de sus palabras, pero se lo explicaría, algún día lo haría. Hablaron de sus intimidades, de antiguas relaciones y de sentimientos y, ¡oh! Sí, había estado a punto de besarla, preguntándose si los labios de Clarke sabrían a coco, pues ese ligero olor le llegó cuando sus labios estuvieron cerca, estaba segura de que era ese bálsamo labial que llevaba. Todo había empezado con una pestaña, una que ayudó a quitar, retirando las gafas primero y quedándose totalmente prendada de los hermosos ojos azules sin nada de por medio. Que estuvo más tiempo del promedio mirándola no fue secreto, pues notó que la camarera se ponía algo nerviosa, aunque descubrió que tenía que ver con que no la veía bien debido a su miopía, así que se acercó más, quizás demasiado para poder controlar sus impulsos. Si no llega a aparecer el camarero en ese instante...

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