34. Habitaciones de sobra

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La situación había mejorado mucho en los últimos tres meses, tras aquella amarga pero reveladora conversación. Las cosas habían vuelto a la más fantástica normalidad entre ellas y en general. Dejando de lado su obsesión, aunque aún le hacía ilusión volver a ver a Clarke embarazada, estaba mucho más tranquila. Si venía un bebé sería genial, sino, también, puesto que ya se habían inscrito en el listado de familias de acogida y adoptantes, así que era cuestión de tiempo que un nuevo integrante llegase al hogar Woods-Griffin.

Aquella tarde tenían una cita con la asistente social, Amelie Moreau. La asistente se había puesto en contacto con ellas unos días antes. Había sido la encargada de su perfil, la que les tomó los datos y les creó la ficha para entrar en el sistema de acogida, con preferencia a adopción. Les había comentado que había encontrado un caso que se ajustaba a sus características, pero no les quiso contar más por teléfono, así que las había citado en persona en las oficinas centrales.

Dejaron a Dani con la tía Jess, a pesar de que la pequeña estaba casi más ilusionada que ellas por el nuevo integrante de su hogar, pero consideraron que no era lugar para una niña y que, seguramente, tratasen temas que la aburrirían.

Cuando llegaron al lugar, las hicieron pasar a una especie de sala de espera, desde dónde se oían niños gritando y riendo, como si hubiese un parque o un patio de colegio cerca. Bromeó con que casi parecía que estaba en la hora del recreo del Future Bay, porque sonaba prácticamente igual, a lo que Clarke le sonrió y le dijo que mejor eso a una granja de gallinas. Ambas estaban nerviosas, así que agarró la mano de su esposa entre las suyas y, sin necesidad de decir nada más, tan solo mirándose a los ojos, consiguieron calmarse un poco, lo suficiente hasta que, unos minutos después, la cabeza pelirroja y entrecana de Amelie Moreau se asomase por la puerta del despacho llamándolas para que entrasen.

Amelie tendría alrededor de cincuenta años, era pequeña de tamaño, con el rostro redondeado en el que sobresaltaban esos ojos castaños sobre una piel muy blanca y pecosa. Su acento era ligeramente francés y, de hecho, su aspecto también lo era. La mujer, muy amablemente, les ofreció té, café o agua, por si quería tomar algo, pero lo rechazaron de igual forma, estaban más interesadas en conocer sobre quién quería hablar la señora Moreau, más que en típicos formalismos.

―Agradezco que hayan podido venir tan pronto. ―comenzó Amelie cuando las tres tomaron asiento, no había forma en que la asistenta social las tutease, así que habían dejado de pretenderlo tras varios intentos. ―No quería comentarles nada por teléfono, porque se trata de un caso especial.

―Bueno, adelante, cuéntenos. ―trató de acelerar Clarke, aunque no sonó tan desesperada como se sentía. ―Estamos deseando adoptar a un pequeño o pequeña que necesite un hogar y nos alegra que el proceso haya sido tan rápido.

―Precisamente es ese el quid de la cuestión. ―formuló Amelie, juntando sus manos y mirándolas a ambas con talante serio, pero una leve sonrisa. ―No es uno solo, tenemos a dos niños. Son hermanos y no querríamos separarlos, porque su situación es de altísima vulnerabilidad. Habíamos pensado que, quizás, ustedes encajarían mejor la posibilidad de acogerlos a los dos, mucho más que otras de las familias que están esperando. Sus condiciones económicas son más que óptimas, y su predisposición es de las más aptas.

Clarke la miró entonces e intercambiaron una larga mirada. Si bien su idea desde el principio era adoptar solo un niño, tampoco es que le viese inconveniente a que fuese uno más, tener cinco hijos siempre había sido su primera opción. Su esposa, por el contrario, solía hacer mención a tener dos hijos, pero sí que era cierto que la veterinaria había dejado la puerta abierta a que fuesen tres en más de una ocasión. Claro que no lo habían hablado nunca en serio y ahora estaban frente a la señora Moreau, que parecía esperar alguna clase de señal para continuar explicando el caso o, suponiendo lo contrario, dar la conversación por finalizada. Cuando Amelie fue a plantearles si necesitaban tiempo para pensarlo poniéndose en pie, Clarke estiró su mano para detenerla.

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