Alexander Thomas Woods nació el segundo de cinco hermanos, en el seno de una acogedora familia en el pequeño pueblo de Ranchettes, Condado de Laramie, Wyoming. Siempre fue un niño muy enérgico, curioso y de gran corazón, a veces incluso anteponiendo el bien de los demás al propio.
Su padre, Jonathan Woods, era un humilde barbero en Cheyenne, la ciudad capital del Estado, donde había conseguido crear su propio negocio en dos pequeños locales, aunque había tenido decenas de trabajos durante toda su vida, esa era la profesión que escogió finalmente, la que realmente amaba. Conoció a Michelle Iskandar en Nueva York, de donde era ella, la que le pareció la muchacha más bella de todos los Estados. Jon había ido a la Gran Manzana a ayudar a su padre y a sus hermanos mayores en unos trabajos de reformas, que era a lo que se dedicaba la empresa familiar. La familia Woods era y siempre había sido humilde, así que no encajaron demasiado bien en los altos estándares de la zona más remilgada de la ciudad, donde tuvieron que asentarse unos meses. De entre toda la gente rica con la que se cruzó esos meses, la mayoría de ellos los miraron por encima del hombro o con altivez, lo sorprendente fue encontrar a una joven de alta cuna que lo miró a él, concretamente, de una manera diferente, especial. Michelle, o Michi, como la llamaba Jon de forma cariñosa, era la única hija de los magnates Iskandar, dueños de gran parte del Upper East Side, nadando en dinero desde hacía cuatro generaciones. Como única heredera del imperio Iskandar, siempre tuvo que cumplir con altas exigencias, pero todo se fue al garete cuando conoció al guapo albañil que estaba reformando el baño de su habitación. Si bien es cierto que la joven se fijó primero en el hermano mayor, que era el que tenía el cuerpo más curtido y con actitud más dicharachera, la timidez de Jon, el pequeño de los cinco Woods, llamó más su atención finalmente.
Jonathan tenía una complexión delgada y atlética, contrario a sus hermanos, que eran casi como armarios de grande, si bien era el más alto de los cinco con su metro noventa. También era el que menos barba y vello corporal tenía, siendo bastante lampiño, lo cual le hacía lucir más joven de lo que ya era, pues su rostro era muy fino, casi aniñado. Su cabello era castaño oscuro y muy ondulado, sin llegar a ser rizado, en contraste con sus ojos entre azul y gris, dependiendo de la luz y su estado de ánimo, cuando miraba a la joven Iskandar, su mirada brillaba como azul más puro del mediodía de verano. Era bastante tímido y, entre eso y su humor ligeramente oscuro, parecía hasta misterioso, pero no lo era, en realidad se convertía en un libro abierto cuando se trataba de aquella joven que lo enamoró. Bondadoso, cariñoso, atento y divertido, a pesar de sus peculiares bromas.
Michelle era una mujer curvilínea, pero que tenía que vestir bastante recatada para no llamar la atención de «sucias miradas», como decía su madre. De poco o nada le sirvió ocultar su cuerpo en la calle cuando la primera vez que se cruzó con Jon fue semidesnuda, yendo al baño de su habitación para darse una ducha tras una clase de equitación, encontrándose al joven muchacho tomando medidas para la reforma. Si bien la situación fue un poco violenta, el chico Woods no desvió la mirada ni una sola vez a su generoso pecho, cubierto solo por un top deportivo, aunque luego se daría cuenta de que, en realidad, sí que la miró a través del espejo una sola vez, o eso le confesó cuando comenzaron a conocerse. La sensualidad de su cuerpo se combinaba a la perfección con una sedosa y larga cabellera morena y sus grandes y expresivos ojos verdes, además de sus carnosos labios, perdición de cualquier ser humano, lo que Jon más amaba físicamente de ella: su mirada esmeralda y su boca deliciosa. Todo lo demás que la componía también era atractivo, desde el hecho de ser ligeramente rebelde para con las exigencias de sus padres, mientras ellos no se enteraran, hasta el punto de ser una muchacha buena, compasiva y amable, dentro del mundo en que se había movido toda su vida. Compartía con Jon el humor ácido, aunque a ella le gustaba más el absurdo, algo impensable para una Iskandar, todo hay que decirlo, y, por supuesto, su mente soñadora, eso era, quizás, lo mejor.
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Somos irrepetibles
Fiksi PenggemarClarke Griffin es una amante de los animales, veterinaria de formación, aunque trabaja de camarera hasta encontrar algo de lo suyo. Afortunada a nivel familiar, pero sin suerte en la vida laboral ni emocional, ya ni recuerda cuándo fue la última vez...