31. Como tú

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Despertó al sentir caer sobre ella en peso a dos pequeñas y adorables personitas. Abrió un ojo con algo de pesadez y una sonrisa incontrolable dibujándose en sus labios, más cuando estableció contacto visual con esos dos pares de ojos claros. Rápidamente simuló no haber despertado.

―¿Sigue dormida? ―pronto sintió un pequeño dedo picarle en la mejilla, y vaya si le costó contener una risita.

―No, acaba de abrir un ojo, aunque tienes que abrir los dos ojos para estar despierto ¿no? ―la vocecilla de Alexia contestó a la de su melliza. ―Abre los dos ojos, tía Lexa, por favor. ―pidió con amabilidad entonces.

―Sí, tía Lexa, despierta del todo ya. ―concordó la pequeña Catelyn.

―Mmm... ―fingió estirarse y aprovechó para rodear con sus brazos a sus sobrinitas, que rieron graciosamente, sin esperarse el ataque que estaba planeando. ―Habéis despertado al monstruo de las cosquillas.

A las niñas no les dio tiempo a huir, tan solo a emitir unos pocos chillidos en un intento de pedir ayuda, pero ya las tenía atrapadas haciéndoles cosquillas y arrancándoles carcajadas y más grititos graciosos. Hasta que las mini Woods no pudieron más y se rindieron llamando a la clemencia de su tía, que dejó de lado al monstruo de las cosquillas y las abrazó, dejando un beso en la sien de cada una.

No tardó en darse cuenta de que su hermano Angus y Lucy, embarazadísima con tres mini Woods en la tripa, las observaban a las tres con una sonrisa pintada en la cara, hasta que llegó el momento de mandar a las niñas a recoger todo y bajar a desayunar.

Y es que sí, esa noche se había quedado a dormir en la casa de ellos, en Cheyenne, mientras que Clarke la había pasado en el hogar familiar Woods, en el pueblo de Ranchettes. Era, por fin, el día de su boda, todo estaba listo, el jardín de la casa de sus padres preparado, sus respectivos vestidos listos y ajustados, los invitados llegando o ya allí cerca; Jon y Eleanore serían los padrinos de la boda, Adam llevaría los anillos y sus tres sobrinas, Alexia, Catelyn y Lilly, las niñas de las flores; su prometida, próximamente, esposa, con sus casi seis meses y medio de embarazo más hermosa que nunca... Esa noche habían decidido pasarla separadas por esa típica tradición de no ver a la novia antes de la boda, cosa que, bueno, en su caso pintaba más bien poco, porque llevaban cuatro años saliendo, gran parte de ellos, viviendo juntas. Pero optaron por hacerlo, por encontrarse ya vestidas y arregladas para el «Sí, quiero» que ansiaban darse, e intercambiar los anillos que habían comprado meses antes.

El plan era sencillo, la boda seguía siendo en el jardín de los Woods, con invitados de ambas familias y amistades de ambas partes. Seguían sin haber revelado cómo eran sus vestidos o cómo se peinarían, habían querido mantener el misterio y, para cuando les tocó decidir quién de las dos esperaría en el altar a la otra, por primera vez en muchísimo tiempo, no fueron capaces de ponerse de acuerdo. Clarke le dijo que no podría recorrer el pasillo hasta ella si la veía solo la mitad de hermosa de lo que se la estaba imaginando, aludiendo a que, además, estaría «muy» embarazada y debía tener consideración con ella. Y claro que la veterinaria tenía las de ganar, pues su bolita de células, que ya era una bebé casi desarrollada del todo, su pequeña mini Griffin-Woods, era su mayor debilidad. Pero, por otro lado, sabía que tampoco sería capaz de llegar al altar si veía a Clarke esperándola ahí, solo existían dos posibilidades: o echaría a correr para lanzarse a sus brazos, saltándose así todo el paseo nupcial; o trastabillaría y se caería torpemente encima de los invitados, y a esto le añadió un poco de drama señalando que eso podría implicar romperse un hueso, cosa que pareció ablandar un poco a su prometida tras carcajearse por su peliculera invención.

En cualquier caso, de todo lo que conllevó planear la boda, esa fue la decisión que más les costó tomar, pues ninguna estaba dispuesta a realizar concesiones al respecto. Hasta que la luz llegó en forma de la vocecilla inocente de Adam, que con sus ya nueve años estaba más espabilado que nunca «¿No podéis ir juntas y ya?». Así de sencillo, y el chaval tenía toda la razón, así que acordaron exactamente eso, se encontrarían al principio del pasillo nupcial y caminarían una junto a la otra, haciendo que los padrinos, Eleanore Griffin y Jon Woods, esperasen en el altar por ellas, un plan sin fisuras.

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