28. Me quedo contigo

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Fin de Año llegó y ya estaban todos en el hogar Griffin para dar paso al año nuevo en familia. Estaban los abuelos y la madre de Clarke con Walter Chaplin, así como Mark, Diego, Adam y Lilly, además de los padres de Diego y María, su hermana pequeña. Como habían acordado en su momento, y tras pasar Navidad en el hogar Woods, ambas estaban allí esa noche.

Jess se había quedado en Wyoming unos días más, informándola con bastante regularidad de las novedades por allá. La abuela Iskandar ya había salido del hospital y se estaba alojando en la casa familiar, mostrando una cara totalmente nueva y que tenía a todos aún con la sorpresa bailando en el cuerpo: se había interesado por las barberías que dirigían su padre y Angus; había cogido a las mellizas en brazos y les había hecho mimos ¡su abuela haciendo monerías a un bebé! Algo que no hizo nunca con sus nietos; también había llegado a bromear, ¡madre mía! Ana Elizabeth bromeando, si es que el cambio había sido brutal. Liv también le había mandado un mensaje un par de horas antes, diciéndole que estaba sorprendida por el cambio, que incluso le tocó la tripa de embarazo y le preguntó por su estado, comentando anécdotas de cuando ella tuvo a Michi en su vientre; su amiga también le dijo que Jess y la abuela estaban llevándose bastante bien, que para ser la que peor la tragaba antes, ahora era todo lo opuesto.

Estaba contenta por eso, feliz por el avance de su abuela, aunque llegase a esas alturas de la película, no era tarde. Y otra buena noticia llegó el día anterior, también relacionada con esa rama familiar, al menos en cuanto a genética: su madre no portaba el gen de Huntington, así que no debía preocuparse por poder desarrollar la enfermedad en el futuro, y tampoco habérsela transmitido a los hijos. En cualquier caso, sus hermanos y ella se habían hecho las pruebas también dos días después, solo que sus resultados llegarían, por tanto, dos días más tarde, aunque tenían asegurado el negativo. No iba a negarlo, respiró tranquila como nunca antes cuando su madre le dijo que no tenía el gen dañado, corrió a contárselo a Clarke totalmente feliz, aunque aún necesitaba ver su propio análisis para terminar de calmarse, la paz que sintió fue enorme.

Así que allí estaban, en el hogar de Eleanore, compartiendo la cena todos juntos, intercambiando anécdotas y cruzando conversaciones por encima de la mesa, en ambiente distendido y festivo.

Clarke, sentada a su izquierda, removía la comida en el plato, no había comido casi nada porque llevaba desde media mañana sintiéndose algo mal del estómago. Eleanore le había dado un antiácido una hora antes y había mejorado un poco, pero seguía sin estar bien del todo. La veterinaria había tenido que trabajar esa mañana, no como ella, que estaba de vacaciones por las navidades escolares, y se había quedado dormida a primera hora, así que había tenido un desayuno ultra exprés mientras correteaba para llegar a trabajar. Literalmente se había tomado un café ardiendo y un cruasán que había comprado en la panadería que había junto a la clínica, desayunando en segundos, el tiempo que tardaba en cruzar la calle de un local a otro. Le echaba la culpa a eso, a comer deprisa o a que algo de lo que tomó estuviese malo, y no había más posibilidades que aquellas para llevar con el estómago revuelto desde entonces. Clarke apenas había almorzado un platillo de sopa de pollo y un poco de pan, y para la cena tampoco es que hubiese ingerido demasiado, picó un poco del plato, pero en circunstancias normales se habría quedado con ganas de comer. Con todo, la rubia intentaba estar animada, ya que estaba un poco mejor tras tomar la medicina que le ofreció su madre, y prefería no tomar nada más, por si acaso.

Tras cenar, y antes de que sonaran las campanadas, aparecieron en la casa Lola y Lucas con sus padres, como parte de la tradición, además en esa ocasión estaba Nate con ellos, y Beck habría ido, pero se había tomado unos días para ir a Nueva York a ver a su hermana, que vivía allí con su marido y su hija. Con todos ya reunidos la fiesta incrementó, y se oía igual el ruido procedente de otras viviendas del mismo edificio y otros del barrio. Lilly, con un sueño jodidamente espeso, descansaba en la antigua habitación de Mark, y sus padres iban de vez en cuando a echarle un ojo, pero ya podía caerle una bomba junto a la oreja a esa pequeña adorable, que no se despertaba. Por su lado, Adam aguantaba en un intento de parecer estoico, aunque apenas contenía los bostezos, se quedaría dormido nada más le pusiesen el pijama, suerte que esa noche se quedaba allí, en casa de la abuela.

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