36. Al final fueron cinco (capítulo final)

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El año comenzó tan bien como terminó, la vida parecía sonreírles de la mejor manera y no iban a cuestionarlo.

Fue a finales del mes de enero cuando su hermanita se puso de parto, Jess estaba más asustada de lo que nunca la vio, ni siquiera cuando rompió el jarrón favorito de su padre al pelearse con Angus, cuando apenas tenía cinco años. Jessica Woods, la persona que mejor sabía hacerse la valiente de todos, estaba aterrada y llamando a su mamá, y, como lo más cercano que había en San Francisco a Michi era ella, no pudo alejarse de su lado.

La mala suerte había querido que Antón tuviese que viajar justo esa semana fuera del Estado, por más que pidió no ir, debido al estado final del embarazo de su esposa, sus jefes fueron intransigentes, y muy desconsiderados, ciertamente. Sus padres tenían el vuelo a San Francisco para la semana siguiente, fecha en la que Jess saldría de cuentas, pero las cosas habían ido así. En aquel instante estaban todos buscando billete para viajar cuanto antes a San Francisco: Antón desde Washington y Jon y Michi desde Wyoming.

Así pues, ella permaneció al lado de Jess todo aquel tiempo, hasta que su marido y padre del bebé llegó, apenas media hora antes del nacimiento, sudado, desarreglado, rojo de correr y con la maleta a cuestas, pero a tiempo. El pequeño nació sano y fuerte, con su ricito Woods, un cabello morenito y los ojos tirando a claros, aún sin definirse, evidentemente. Después de los papás, ella fue la primera en conocer al niño, enamorándose de él como le pasó con cada uno de sus sobrinitos. Cuando lo tuvo por primera vez en brazos, ya por fin, le preguntó a su hermana cómo debía llamarlo, y es que lo había mantenido en secreto todo aquel tiempo. Estaban solas en la habitación, puesto que Antón había ido a ducharse, a petición de la recién mamá, y Clarke no tardaría en llegar también para conocer al pequeño. Jess le sonrió diferente, mirando a su niño y luego a ella.

—Se llama Alexander Thomas. —reveló finalmente. —Por ti y por la abuela.

—Es precioso. —entonces la miró entre sorprendida y emocionada, era un gesto muy bonito por su parte, siendo un nombre tradicional en la familia por parte materna.

Y, como si el ambiente estuviese demasiado cargado, su hermana hizo gala de su humor, no faltándole ni siquiera agotada como estaba tras la labor del parto.

—Seguro que a la vieja pelleja le hubiese encantado. —trató de bromear.

En el fondo se notaba que echaba de menos a su abuela, Ana Elizabeth Iskandar se había ganado el corazón de todos en los últimos años de su vida, y ahora que hacía casi un año desde su fallecimiento, aquello perduraba.

—Le habría encantado. —miró alternativamente a su hermana y al bebé. —Y a mí me encanta también. ¿Y a ti, pequeño Álex, te gusta? —el niño abrió los ojos más grande y se removió un poco entre sus brazos, algo que en realidad hacía todo el tiempo, muy inquieto para recién haber nacido. —Te gusta, claro que te gusta.

—Es un bebé, Lexa, no va a contestarte. —respondió su hermana sacándole la lengua y extendiendo sus brazos para tomarlo, así que se lo pasó en tanto que ponía los ojos en blanco. —¿Es normal que se mueva tanto?

Y ahí otra duda más de primeriza, y es que llevaba los dos últimos meses ametrallando a todas las personas que tenían o habían tenido bebés en casa con preguntas a montones. Le dijo que sí, que cada niño era un mundo y al pequeño Álex le habían hecho todas las pruebas reglamentarias y estaba perfectamente. Si se moviera por incomodidad, este movimiento iría acompañado de sonidos molestos, llanto o algún gesto, pero nada de eso, el bebé estaba bien.

—Es como tú cuando naciste. —le contó a su hermana, tomando asiento a su lado. —Apenas lo recuerdo, porque aún estaba por cumplir seis años, pero es una de las primeras memorias que tengo. Papá te sostenía sobre mi regazo y yo me asusté porque te movías demasiado y «raro», en mi mente era raro, solo que eras un bebé y yo no sabía que se podían mover así, porque Peter y James fueron más tranquilos. —Jess la miró emocionada y sonriente, como ella misma estaba, era increíble que aquella diminuta pulga fuese hoy esa mujer que tenía en frente, madre de otra pulguita. —Te sostuve la manita y tú me agarraste tan fuerte que pensé que me había convertido en tu persona favorita, que me habías elegido.

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