35. Quien ama y cuida

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Era la primera noche que Beatrice y Eric pasarían en casa con ellas, tras haber iniciado ese día el traslado definitivo a su hogar. Habían acogido a los niños y tardarían lo justo y necesario en adoptarnos finalmente, siempre que los pequeños se adaptasen bien, que es lo que deseaban.

Durante el día habían acomodado las cosas de los chiquillos en sus respectivas habitaciones, aunque no tenían más que una pequeña maleta cada uno, con algo de ropa y un par de juguetes. Luego de colocar todo y enseñarles el resto de la casa, salieron a pasear para que conocieran un poco el barrio; más bien Eric, puesto que Bea era aún muy pequeña y no se enteraba de gran cosa. Regresaron a casa para cenar, bañar a los niños y acostarlos, todo había ido excelente, así que, cuando estuvieron los tres pequeños de la casa dormidos, ellas también se tumbaron en su cama para descansar del gran día en que su familia volvió a aumentar.


*****


La noche era silenciosa y oscura. En su habitación solo había una luz, y es que sus mamis sabían que no le gustaba la oscuridad, así que le habían comprado una lámpara de luz nocturna en forma de gatito, por si despertaba y se asustaba. No sabía qué hora era cuando sintió que alguien la movía para despertarla mientras susurraba su nombre, pero estaba claro que no era hora de levantarse, porque aún era de noche.

—¿Qué pasa, Eric? —preguntó algo confusa al entender que el nuevo integrante de su familia era el que la zarandeaba, cada vez con las fuerza.

—Necesito tu ayuda, Dani.

Su voz sonó triste y asustada, así que se frotó los ojos y se sentó en la cama para darle su atención. Sabía que Eric, su ahora hermano, tenía su edad, porque nacieron el mismo día, y juntos eran hermanos mayores de Beatrice, que era un bebé, así que, como entre ellos dos ninguno era mayor, habían decidido protegerse como si ambos lo fueran.

—¿Qué te pasa? ¿Tuviste una pesadilla? —preguntó al notar los ojos llorosos de Eric. —A mí me pasa a veces y también lloro.

—No, es que... —su hermano parecía avergonzado, apartando la mirada y sorbiéndose los mocos sin dejar escapar más de dos lágrimas. —Me hice pipí en la cama.

—Ah, bueno, no pasa nada. —le restó importancia. —Avisemos a nuestras madres para que cambien las sábanas.

—¡No! —casi gritó Eric, totalmente horrorizado. —Por favor, Dani, no digamos nada.

—Pero, ¿por qué? —preguntó confusa. —Hace tiempo que yo no me hago pipí en la cama, pero antes sí me pasaba y se lo decía.

—No quiero que se enfaden conmigo. —Eric volvió a soltar varias lágrimas entre sollozos. —No quiero que me peguen o quieran devolverme, ni a mí ni a Bea.

—¿Por qué dices eso? Ellas no van a enfadarse, son buenas mamis.

—Mi mamá lo hacía. —terminó por confesar. —Me pegaba cuando hacía algo mal, aunque fuese sin querer. Le gritaba a Bea cuando lloraba demasiado y la agitaba con fuerza para hacerla callar. Abel siempre nos protegía, se metía en medio y recibía muchos golpes. —espantada ante lo que Eric le confesaba se terminó de despejar, levantándose de la cama para quedar frente a él, sin decir nada, porque no sabía qué decir. —La última vez que me hice pipí en la cama mi mamá se enfadó tanto que agarró el hierro caliente de la chimenea e intentó golpearme, pero Abel me salvó. Él se llevó el palo en la espalda, tuvo una herida muy fea, le dolía mucho, fue la primera vez que le vi llorar.

Eric terminó su relato aún más agobiado, triste y asustado, así que ella solo pudo abrazarlo para tratar de calmarlo, ya que era lo que sus mamis hacían cuando le pasaba algo malo.

Somos irrepetiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora