2. Necesitas decirlo

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Era el segundo año de Preparatoria, cada vez más cerca de acabar el infernal instituto y poder salir del desagradable espacio en que se habían convertido Cheyenne y Ranchettes tiempo atrás, aunque las cosas aún podían empeorar más. Angus y tres de sus primos estaban ya en el último año, a muy poquito de salir de allí, en otras palabras, dejarlo solo ante el peligro. Si bien es cierto que el primer año de Preparatoria había mejorado su estatus, ya no era el chico rarito afeminado, gracias a la altura ganada y a su cambio en aspecto y forma de comportarse, parecía que nunca sería suficiente, porque pasaron a otra ristra de comentarios desagradables hacia él.

«Maricón», esa era una de las palabras que más veces oía a sus espaldas. «Seguro que es gay», pronunciaban otros con menos tono despectivo o simple desprecio, pero era igualmente molesto. En cualquier caso, solían dejarlo tranquilo la mayor parte del tiempo, pero eso no quitaba lo desagradable de saber que la gente hablaba de él sin saber, sin siquiera molestarse en conocerlo, y solo porque no podía forzar más su personalidad al lado contrario de lo que era realmente.

Liv le había recomendado meterse en algún equipo deportivo, con el fin de hacer amigos dentro del círculo de los populares y darse un poco a conocer como figura representativa del instituto en posibles torneos o competiciones. Dudó al principio, sabía lo que el deporte podía hacer en su cuerpo, pero la otra opción que le planteó su amiga fue el fingir que ellos eran novios para que dejasen de comentar cosas sobre él, sin embargo... Adoraba a Liv casi como a una hermana, aunque la adolescencia había tratado muy bien a su amiga, y tenía que admitir que sus ojos se habían desviado en más de una ocasión a esos portentosos pechos que portaba la chica albina, pero no sentía atracción como tal por ella, sin embargo, tampoco podía negar su obvia belleza. Lo más importante, en realidad, es que sabía que Liv disfrutaba de un par de ligoteos tanto fuera como dentro del instituto, no quería cortarle las alas a su amiga por fingir algo irreal o, casi peor, convertirse en el cornudo.

La tercera opción era buscarse una novia de verdad, claro, y eso en papel era fácil, pero la realidad era distinta. Había besado a un par de chicas en algún juego de la botella el año anterior, al menos las que no se negaron de forma desagradable por pensar cosas que no eran. No era ningún secreto para él, para Liv e, incluso, para su familia, que le gustaban las chicas, aunque el resto del mundo pensase lo contrario, también sus profesores, que en más de una ocasión se habían atrevido a hablar del tema, haciéndolo realmente incómodo. Le decían «No hay nada de malo en ser gay, Álex», aunque no todos lo pronunciaban con sinceridad, y él se limitaba a responder de forma casi mecánica «No soy gay, me gustan las chicas». Lo siguiente solo lo formulaba mentalmente, pues aún tenía metido en la cabeza que no era normal: «Y no solo me gustan, me siento más identificación con ellas que con los chicos. Es decir, en realidad sí sería gay, pero no como todos piensan, sino del revés».

En cualquier caso, las opciones de buscarse novia o fingir serlo de Liv, quedaron descartadas y optó por presentarse a las pruebas del equipo masculino de baloncesto, porque le gustaba ese deporte y su altura le favorecería. Consiguió entrar con facilidad, a pesar del recelo de ciertos compañeros que sabían lo que se decía de él por los pasillos, así que, como la maldición que lo había perseguido los últimos dos años, el capitán del equipo, Rob Martin, no dudó en hacerle la misma insinuación que todos: «Woods, estás dentro del equipo porque eres bueno, pero nada de miraditas raras o intentar tocarnos en los vestuarios o estás fuera», provocando las risas de los demás compañeros.

Si bien ese inicio fue bastante molesto, los chicos dejaron de comportarse como auténticos capullos con el paso de los entrenamientos, no diría que alcanzase el rango de amistad con ellos, pero había un buen ambiente y las bromas sobre su supuesta homosexualidad se rebajaron considerablemente. Se sentía bien siendo parte de un grupo, aunque nada era comparable a pasar tiempo con Liv, con su mejor amiga podía ser él mismo, incluso aunque nunca le hubiese confesado su mayor secreto. Con todo, el capitán era algo menos amable, aunque siendo parte del equipo, el resto de alumnos se amedrentaba con facilidad. La verdad era que Rob no borraba de su mente la posibilidad de que él solo se hubiese metido en el equipo para espiarlos en las duchas, como engreído paranoico, y la realidad se estamparía de frente en su cara cuando descubriera que a la persona que él empezó a desear ver desnuda fue a la hermana melliza del chico.

Somos irrepetiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora