Giró sobre sí misma de nuevo, observando de espaldas al espejo cómo le sentaba ese conjunto de ropa interior sexi que se había adjudicado. Le hacía un trasero de infarto, con el estilo cullote que dejaba entrever parte de sus nalgas. Lo que no la terminaba de convencer era la parte delantera, y es que sentía su miembro bastante apretujado ahí adentro, y eso que estaba en estado de reposo. Volvió a girar y se analizó de arriba abajo. Con el cabello suelto sobre uno de sus hombros y su verde e intensa mirada, el conjunto era precioso en la sencillez, solo dos piezas negras de encaje semi transparente con push-up en la parte de arriba y, como había observado con detenimiento, estilo cullote abajo, donde no necesitaba de ayudita para levantar su lindo y prieto trasero. El encaje rodeaba sus partes más eróticas, sabía que rematando eso con un maquillaje sutil, un poco de azuzar su melena y, quizás, unos tacones, Clarke salivaría por ella, le babearía encima, de hecho.
Pasó una de sus manos por la tela de la prenda inferior, su pene saldría de ahí a poco que se excitase apenas, pero bueno, ya para entonces esperaba haber sorprendido del todo a su amada novia con el espectáculo visual que pretendía darle. Se dio un último vistazo al espejo de cuerpo entero del pasillo, decidiéndose definitivamente a que ese era el conjunto ideal para su plan. Se lo quitó y lo escondió en el fondo de uno de sus cajones, allá donde Clarke no pudiese encontrarlo hasta el día elegido, dándose algo de prisa por si acaso, ya que no quería que la pillase con las manos en la masa.
Tras esconder las pruebas, se dirigió al baño, la veterinaria no tardaría en llegar del trabajo y quería darse una ducha, porque se había acalorado un poco ante las ideas calenturientas de su mente con ese conjunto sexi, o más aún, cómo es que había tenido esa ocurrencia. Todo había sido culpa de Clarke, al menos eso se decía, porque siempre era más sencillo echar balones fuera y decir que su amada rubia pervertida seguía igual de picante que siempre, aunque ella intentaba no quedarse atrás. En fin, que la veterinaria le había preparado una sorpresa parecida a la que ella tenía pensada meses atrás, por su tercer aniversario de novias.
Tres años. Ya llevaba tres años y medio saliendo con Clarke, casi tres desde que se mudaron juntas al piso, ese que aún compartían.
Desde la noche de fin de año en que pensaron que podría haber un mini Griffin-Woods en camino, habían pasado algunas cosas, bastantes en realidad. Lo primero, y más evidente, nunca se fue de San Francisco, sabía que se iba a quedar ahí, y ya tenían planes bastante certeros para buscar una casita a las afueras en relativo poco tiempo, con un jardín, más habitaciones y dentro de una urbanización familiar y alejada de cualquier bullicio. Al terminar aquel año académico, y como había supuesto, le vinieron varias ofertas distintas: la UCD le ofreció una plaza fija como investigadora docente, un contrato que tanto Clarke como ella definieron con un «¡Joder! Son muchos ceros», y es que sí, esa fue la opción económicamente más favorable, pero descartada; también le llegaron propuestas de otras universidades, así como de varias escuelas, y es que a los egresados del proyecto de la UCD se los rifaban, dados los increíbles resultados; finalmente, el más deseado en realidad, el Future Bay le concedió el contrato por tiempo indefinido si así lo deseaba, ya que no querían prescindir de ella. Le dio la patada a la incertidumbre de golpe, aceptando el acuerdo con el Future Bay, con el plus añadido de que tanto la UCD como otras universidades especializadas en docencia contaban con ella eventualmente para proyectos similares al realizado, lo cual suponía unos ingresos extra cada cierto tiempo, ya que también incluía charlas, simposios y elaboración de documentación de soporte para otros profesores. Laboralmente estaba en su puñetero sueño perfecto: aprendiendo y enseñando, tanto a niños pequeños ávidos de saber como a adultos que, próximamente o en el presente, educaban a esas esponjas.
Por otro lado, en el ámbito personal, bueno, no podía quejarse. El tiempo y la vejez se habían llevado a sus abuelos paternos, así como a los abuelos de Clarke, los cuatro en pocos meses, en una temporada de sus vidas casi para olvidar, pero bueno, bien sabían que ellos no querrían verlas tristes, así que intentaban no lamentarse y guardar consigo los buenos recuerdos. Al final solo le había quedado la abuela Iskandar, que seguía vivita y coleando, aunque la enfermedad de Huntington avanzaba lentamente, estaba bastante entera aún, y se alegraba, porque lo cierto es que Ana Elizabeth había mejorado tanto a nivel personal desde que descubrieron su padecimiento que disfrutaba mucho de su nueva relación con todos. El punto bueno del tiempo pasar, ningún Woods tenía ni tendría la enfermedad de Huntington, si bien Michi ya había salido negativa, los demás también lo hicieron, para alivio general y particular.
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Somos irrepetibles
FanfictionClarke Griffin es una amante de los animales, veterinaria de formación, aunque trabaja de camarera hasta encontrar algo de lo suyo. Afortunada a nivel familiar, pero sin suerte en la vida laboral ni emocional, ya ni recuerda cuándo fue la última vez...