25. Un win-win de manual

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Contaba los días para volver a San Francisco, y no precisamente porque no estuviese a gusto en su hogar familiar, porque lo estaba, sino porque iba necesitando ya regresar a su rutina. Con Clarke y su responsabilidad laboral como profesora del Future Bay, era un sesenta versus cuarenta, o puede que un ochenta versus veinte, y en cualquier caso siempre ganaría su novia. Con todo, el trabajo que tenía era su sueño desde hacía muchos años, así que el verano se le había hecho un poco cuesta arriba al tenerlo casi dos meses en pausa: alejada de esas caritas llenas de ganas de aprender, de sus mentes curiosas y ávidas de saberlo todo. Echaba mucho de menos a sus alumnos.

El curso anterior había dado educación infantil, el que le tocaba ahora era el primero de la primaria, y ella consideraba esa etapa la más importante en el desarrollo del aprendizaje, que era en lo que se especializó, en las metodologías para que los alumnos alcanzasen su máximo potencial, tuviesen limitaciones o no, o si algo se les daba naturalmente bien o mal. El Future Bay y la UCD le habían ofrecido la bella posibilidad de poner en práctica su formación y teorías, de desarrollarse como profesional y crecer también en lo personal. Así que estaba deseando volver a ello, con sus alumnos, los mismos a los que les había dado clase el curso anterior y a los que acompañaría más años, si es que la escuela le daba la oportunidad y ella la aceptaba. Dudas, muchas dudas al respecto y demasiados frentes abiertos.

Por otro lado, de lo que no tenía ni un ápice de confusión era de Clarke. Apenas hacía un par de semanas que había vuelto a casa y estaba deseando regresar ella también, a ver a diario a su vecina de enfrente, la que se había convertido en su novia.

Así pues, estaba preparando el equipaje con una sonrisita boba enamorada en la boca. Tenía la maleta abierta sobre la cama y allí iba metiendo la ropa que había llevado y un par de prendas más. Y como iba a facturarla, también estaba introduciendo una botella de vino y un queso especiado típico del pueblo, ya que sus padres querían tener un detalle con la mamá de Clarke, y le habían comentado que irían pronto a verlas a San Francisco, para conocer a los demás Griffin. El vino y el queso eran la aceptación a esa invitación que Eleanore había ofrecido, para que fuesen a verse en Acción de Gracias o cuando pudiesen, y también iba con otra invitación igual pero en la otra dirección, que los Griffin fuesen cuando quisiesen a Wyoming. Y no, sus familias aún no se habían cruzado, salvo Adam y Jess, pero sabía que se llevarían bien, ya que todos estaban muy contentos con su relación. Sonrió ante la idea de los Griffin-Woods reunidos y le gustó, era algo que también quería compartir con Clarke pronto.

Terminó de cerrar la maleta un poco a presión y soltó un suspiro, mirando de soslayo a Jess, que llevaba más de una hora acostada en su cama, con su equipaje a medio hacer y mirando su teléfono con especial interés. Como buena hermana mayor, se tumbó a su lado y curioseó la pantalla sin pedir permiso ni nada, era su propia venganza, ya que la pequeña de la casa lo hacía mucho. Sin embargo, Jess ni se inmutó, siguió bajando en una larga lista de ofertas de empleo en San Francisco.

—No sabía que pensabas buscarte un trabajo ya, tan pronto. —cuestionó.

Su hermana no desvió la vista del teléfono ni medio segundo.

—Bueno, sí. La beca me cubre casi todo el coste del posgrado, pero tendré que comer y pagar el piso, también mantener la moto y tener para algún capricho de vez en cuando. —planteó la pequeña. —Y sí, tengo un montón de pasta que la abuela Iskandar, también conocida como «vieja pelleja», me ha ingresado en estos años, pero ni quiero tocar ese dinero.

Puso los ojos en blanco, aunque no pudo evitar reírse un poco. De toda la familia, la que menos toleraba a la viej... A la abuela Iskandar, era Jess, sin lugar a dudas. Los demás simplemente aguantaban el tipo cuando venía a verlos, aunque desde el inicio de la pandemia no había asomado su hocico por Wyoming y eso era casi un alivio para todos. Ana Elizabeth seguía viva, eso sí lo sabían, además de que mantenía su tradición de ingresar varios miles de dólares al año a cada uno de sus nietos. En cualquier caso, y aunque todos eran reticentes a utilizar ese dinero, lo guardaban en sus respectivas cuentas, por si acaso, al fin y al cabo, su familia no es que fuese pobre, pero eran humildes y nunca habían ido súper sobrados económicamente, de ahí que todos hubiesen trabajado mientras estudiaban para compaginar las becas obtenidas con arduo esfuerzo. En general, su abuela materna seguía igual que siempre: fría, seca, borde y tiesa; la seguía llamando «Álex» y, aunque no la trató jamás como a un chico desde su transición, de hecho apenas se refería a ella de ningún modo, le dolía un poco el que siguiese usando su anterior nombre. En cualquier caso, y por más que se hubiese comportado como lo hizo con sus padres y como lo hacía en la actualidad, no dejaba de ser su abuela, una persona mayor a la que respetar, porque así la habían educado.

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