Capitulo 23

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No puedo dormir y apenas se me facilita comer, una angustia tremenda se ha apoderado de mi persona y parece haberse apropiado de la paz que una vez me perteneció.

Después de la visita de Alexander y haberlo sacado a patadas de mi casa, estoy aún más intranquila al saber claramente cuáles son los deseos de su corazón. Jamás imaginé que esta situación daría un giro de esta magnitud porque aunque no esperaba que Alexander entendiese la situación como una blanca y sumisa paloma, jamás pensé que sería capaz de quitarme todo por lo que respiro.

Lo peor de todo esto es que sé, no está pensando con claridad, porque si no ha cambiado, se deja segar por la ira y la frustración y no tiende analizar las cosas.

Esta lleno de odio por mi silencio y una parte de mi también me odia por haber tomado esa decisión. Constantemente me pregunto si realmente todo el sacrificio que hice habrá valido la pena. Hoy día Alex es un hombre sumamente exitoso pero... ¿A qué precio?

He pensado en buscarlo para tratar de solucionarlo pero una parte de mí cree que es un caso perdido. No va a escucharme, no quiere hacerlo. No quiere verme y si por él fuese ya me hubiese borrado de esta galaxia.

Sentada en el pequeño diván junto a la ventana que da a los inhóspitos callejones de mi cuadra, permito que mi cabeza divague por horas, tal vez minutos mientras doy otro sorbo de mi vieja tasa de té, que producto del tiempo ya transcurrido, ha pasado de ser un rico té caliente a ser un té helado. Bien podría pararme de mí placido rincón en busca de un recargo pero no tengo fuerzas para dejar mi cómoda madriguera. No tengo fuerzas para nada.

Escucho como dos pequeños golpecitos contra la puerta interrumpen mi espacio y por un momento temo que sea Alexander, esta vez con entidades policiales en busca de mi pequeña.

Le dejé muy en claro que no lo quería volver a ver en mi casa, en una próxima ocasión no sólo pretendo tirarle el agua de mi jarrón; sino que pienso hacerlo añicos sobre su cabeza de ser necesario si osa despojarme de mi hija.

Rápidamente voy hacia la mirilla de la puerta a ver de quién se trata. Respiro con normalidad. No es el.
Abro la puerta de un tirón para enfrentar al intruso:

—¿Qué haces en mi casa Ernesto?—pregunto con mas hostilidad de la que pretendía en un principio. Este, permanece recostado sobre el marco de la puerta como si fuese un vendedor de enciclopedias acostumbrado a los desplantes de la gente.

—A mí también me da gusto verte —dice con falsa entonación herida—¿Puedo pasar al menos? — pregunta mientras saca las manos de sus cálidos bolsillos.

No hago más que cruzarme de brazos en el centro de la puerta, como si de esta forma pudiese impedir su paso si así lo desease, la verdad es que con esos torneados brazos podría hacerme a un lado con sólo tronar dos de sus dedos, pero esos no son más que simples detalles sin importancia.

—¿Vienes en son de paz o al igual que tú querido amigo vienes a declararme la guerra?— digo sin ánimos de ofender.

Necesito saber cuáles son sus intenciones al venir a plantarse en la puerta de mi casa. No soy escupida.

—Vengo en pos de la verdad. Eso es todo. —dice y no puedo identificar emoción alguna en sus palabras.

—La verdad es relativa.

El padre de mi HijaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora