Capítulo 29

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Intento adaptarme nuevamente, sé que he estado fuera sólo unos pocos días pero me han parecido meses, que digo... ¡Años!
Aproveché la ocasión para llamar a mis padres, y ponernos al día.

Luego de mi charla con Alexander este desapareció y no le volví a ver ni el polvo... «polvo que estoy loca por hecha»

Intenté averiguar dónde estaba pero ni siquiera Kate que parece saberlo todo aquí tuvo la más mínima información para conmigo.

«Tengo que dejar de preocuparme por cosas que no son de mi incumbencia » me reprendo.

Harry, mi antiguo compañero de pasantía pasó hace un rato por aquí y estuvimos hablando, hasta que Ernesto vino a por él vociferando si le paga para trabajar o para cotillar  por los pasillos; creo que estar mucho tiempo con Alexander comienza a afectarle.

Después de su arrebato, me dejó un poco más de trabajo y se fue Dios sabe a donde. Ya casi es hora de ir a buscar a Ángela al colegio, ahora que nos mudamos, Abby no podrá encargarse de recogerla.

Miro mis uñas y llego a la conclusión de que necesito ir a visitar la manicurista con carácter de urgencia, en esas estoy cuándo el sonido de mi teléfono móvil me saca de mi burbuja. Hanna.

Estoy tentada a no contestar, y llamarle después de terminar esta ficha técnica pero antes de pensarlo ya tengo el teléfono pegado a la oreja.

–¿Si?— digo mientras continúo distraída con el gráfico reflejado en la pantalla del computador.

Escucho algunos sollozos y se hiela todo mi torrente sanguíneo.

—¿Hanna? ¿¡Estás bien!? —pregunto mientras me pongo en pie inmediatamente, sólo puedo pensar lo peor, así que tomo mi bolso a un lado y voy camino  a la puerta sin siquiera ser consciente de ello. —¡¿Qué ha pasado?! —sigo insistiendo pero esta sigue sollozando y no me da información oportuna. Comienzo a desesperarme pero intento controlarme.

—¿Dónde estas? ¿Estás en casa?

Entre sus quejidos identificó algo que parece ser un si, así que le informo que estaré allí en un minuto, que se tranquilice y no haga nada estupido.

Se me ocurren mil cosas por las cuales podría estar así, y junto a ellas mil formas de como matar a una persona.
Camino apresuradamente por el pasillo bajo la atenta mirada de todos, que ignoro con total entereza. No tengo tiempo para estos chismosos de mierda. Que se vayan a tomar por culo.

En menos de lo que me doy cuenta estoy aparcando frente a su departamento. Es un lugar bonito y muy acogedor, digamos que Hanna tiene una muy buena posición económica, o más bien sus padres pero para mí es todo lo mismo.

Estoy a punto de tocar su puerta como una poseída cuando recuerdo que creo tener una copia de su llave en mi bolso. En efecto.

Abro y encuentro a una Hanna  desparramada de cualquier forma sobre su horrible sofá color mierda, hecha mierda y rodeada de comida chatarra aún más mierda. «Puta mierda»

Esta me observa como un perrito rumbo a ser degollado y siento que mi corazón se hace un nudo. Se nota que ha llorado a mares, lo sé porque tiene los ojos hinchados de tanto llorar y su nariz está casi tan roja como un tomate. ¿Eso son mocos? La veo sonarse la nariz estrepitosamente con uno de los pañuelos de la caja que tiene sobre sus piernas, junto al enorme tarro de helado de pistachos, mientras una canción de esas corta venas suena en su estéreo de abuelita, digamos que tiene una extraña afición por los objetos funcionales antiguos. Ya me cansé de hablarle sobre la modernidad y lo importante de tener un equipo de música que no sólo lo entienda ella.

El padre de mi HijaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora