Capitulo 28

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Por poco olvido lo nefasto que pueden ser los lunes. ¿Quien diablos tuvo la genial idea de otorgarle sólo dos míseros días al fin de semana? Tal vez tres o cuatro días... ¿pero dos?

Si los hubiese disfrutado tal vez no tendría de qué quejarme pero entre todo el ajetreo de Alexander y Ángela, la mudanza y demás, bien podría decir que he tenido la semana más pesada de toda mi vida.

No todo fue malo, cabe destacar; imaginen ustedes la sorpresa que me llevé cuando a la salida del edificio había un vehículo esperando por Ángela para llevarla al colegio. Claramente en un principio me asusté ¿Quién me asegura que si son empleados de Alexander? ¿Paranoica? Puede ser.

No estuve tranquila hasta que me comuniqué con el jefe de seguridad de Alexander, número que estaba en una nota gigante justo frente al refrigerador, por si de casualidad no podía ver el gran cartel, que era casi tan grande como la cocina.

Luego de decirle de la forma más amable posible que me salió de los ovarios que lo menos que podían hacer era infórmame... el susodicho este se limpió las manos alegando que fueron órdenes del  jefe y que cualquier cosa podría comunicarme con el, preferí dejar las cosas tal cual. No necesito tener disgustos tan temprano.

Apenas los primeros atisbos de sol empezaron a colarse por los grandes ventanales de mi habitación, por no saber exactamente en qué dirección salía el sol en el departamento  y por no querer privarme de la vista tan hermosa del cielo estrellado, anoche me pareció una idea magnífica dejar las cortinas de par en par. Grave error.

El caso es que he intentado auto convencerme de que todo está bien, de que no estoy siquiera mínimamente nerviosa y que soy la puta ama del universo, el hecho de que sienta mis manos temblar mientras sostengo mi maletín de cuero impoluto, me deja claro que no soy tan indestructible como aparento ser.

Me hubiese gustado llegar temprano cuando la empresa estuviera inhóspita y así poder librarme del escrutinio de la gente venenosa por los pasillos pero supongo que el hecho de que Ángela derramara su jugo de naranja sobre mi hermoso vestido plisado, me retrasó unos buenos minutos.

Por lo menos no estoy tarde, aunque una parte de mi lo hubiese preferido a tener que lidiar con todo lo que pasa a mi alrededor.

Apenas pongo un pie me siento como toda una celebridad, se tocan los hombros los unos a los otros para que puedan mirar en mi dirección. Veo como una chica golpea a otra en su brazo, muy probablemente por haber volteado a mirar sin nada de disimulo, cuando muy probablemente le dijo que no lo hiciera. ¿Cómo lo sé? Tengo ese mismo problema con Hanna.

Es tipo: «No sabes qué bombón acaba  de entrar a  tu izquierda, pero no mires todavía; allá va la susodicha a voltearse como la chica esa que sale en el exorcista.

Si. Casi que mejor me privo de mostrarle las cosas para que no me haga pasar pena.

Hago como que nada me afecta, que no escucho sus comentarios mal intencionados y reconsidero tomar las escaleras... miro mis pies sobre estos zapatos de aguja y todos sabemos que es una muy mala idea. Además «!Sabes cuantos pisos tendría que subir!? Para qué pensarlo.

Espero el ascensor como todos, y los que estaban antes me abren paso como la Reyna abeja que soy. Intuyo que tiene mucho que ver con todo el revuelo que ha debido causar la noticia sobre el hecho de que el jefe tenia una hija perdida.

El padre de mi HijaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora