Capitulo 27

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Desperté esta mañana por el incesante golpeteo en mi puerta y juro por Dios que si es el cartero de nuevo le voy a cortar sus míseras pelotas colgantes.

—¿!Qué!? — pregunto airada.

Un joven baboso que parece que ha salido de la preparatoria ayer, me mira del otro lado de la puerta con cara de asustado. Ha de pensar que soy la loca de Los Gatos pero no me importa. No si ha tenido la osadía de interrumpir mi sueño.

—Di-di-disculpe señora...

—Señorita para usted. —digo indignada.

Sé que estoy siendo grosera pero voy atribuir mi mal humor al hecho de que me acaban de despertar de manera poco amigable, me duele la cabeza, no he desayunado y por si fuera poco; tengo más de una semana sin tener intimidad más que con mi consolador de máxima potencia.

El joven observa en ambas direcciones del pasillo, para luego mirar al cielo; me imagino que dando alguna plegaria a su dios de que se haya equivocado de casa y su trágico destino no sea aquí junto a mi.

Suspiro y me reprendo mentalmente; al fin y al cobo el joven solo cumple con su trabajo y no tiene culpa de todos mis problemas mentales.

—¿Es usted la se-señorita Rockefeller? —pregunta mientras me tiende una especie de formulario color amarillo irritante.

—Si, soy yo. —Tomó el formulario y al parecer son las personas de la mudanza. Abro los ojos como platos, lo había olvidado completamente. Tal vez si me hubiese despertado en mis cinco sentidos lo hubiese recordado, aunque supongo que el montón de cajas desperdigadas por doquier son una muy clara señal pero repito... no pueden esperar mucho discernimiento de alguien que a penas acaba de despertar y por sobre todas las cosas, aún tiene un sueño de los mil demonios.

Firmo el formulario y se lo tiendo. pero el joven aquí presente se encuentra embobado mirando mis pechos por sobre mi pijama. Había olvidado completamente las fachas en las que fui hacia la puerta. No hago más que rodar mis ojos y tronar ambos dedos frente a su cara para sacarlo de su letargo;

—Mis ojos están aquí arriba.— digo enojada mientras le paso su estupido formulario.

¿Algo mas fastidioso que hacer mudanzas?
No lo pienses más. ¡No hay! ¡No existe tarea alguna más insoportable que esta!

He ido a cambiarme de ropa; sólo para encontrarme al joven fisgón de la puerta con un cuarteto de gente queriendo entrar en casa a empapelar mis cosas como si fuesen un regalo para navidad.

Todavía me parece gracioso que Alexander, después de menospreciar cada cosa cuanto poseo, crea que algo aquí es digno de pisar la nueva vivienda que ha previsto para nosotras. Aquí no hay nada por lo que sienta un apego tal, como para cargar con ella... bueno,  está Ángela pero supongo que no cuenta como objeto.

Apuro mi tasa de café mientras esta gente sigue recogiendo todo, por lo menos no tengo que hacerlo yo porque entonces si, estaría dispuesta a salir de aquí apenas con la ropa que lleve puesta.

—¡Mami! ¡Mis rocas! ¿A donde se las llevan? ¡Mami se están robando mis rocas!

Grita Ángela con preocupación desde el pasillo y yo quiero reír pero me contengo, dejo mi tasa a medio beber.

Miro en su dirección y como siempre, su cabello parece un nido de animales salvajes, su carita trae claros signos de que apenas se acaba de despertar. Lo sé por los pasos torpes que da, en mi dirección. Digna hija de su madre.

—Buenos días mi amor— beso su frente mientras le acurruco. — no están robando tus rocas, sólo las van a guardar. — Intento explicarle, me mira confundida pero sé que es sólo el detonante para un mar de preguntas.

El padre de mi HijaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora