Capítulo 20

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Secretos del pasado

Marco

Verla después de mucho tiempo es extraño, pero también es un sentimiento inexplicable acompañado de dolor. Ella ya no se ve como lo que era cuando mi padre vivía.

Ninguno de los dos hacemos el intento de pronunciar algo para romper el silencio que se ha instalado entre los dos. Sé que hay muchas cosas que tenemos que aclarar, definitivamente es algo que quiero, saber respuestas te ayuda a seguir con tu vida, pero no sé si estoy del todo preparado para eso.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Hablo con dureza.

Ella me sigue observando y no dice nada. Empiezo a impacientarme pero me mantengo parado en el mismo lugar.

—Yo solo quería...

—¿Qué pretendes con aparecerte aquí?

Ella vive en Santa Mónica y no entiendo el por qué esta aquí en el centro de los Ángeles.

—Quería saber cómo seguías y fui a la clínica. Ahí me encontré a tu terapeuta.

No digo nada, lo único en lo que pienso es en el momento en que se marche, el que este aquí abre heridas que estaban comenzando a sanar.

—¿Por qué vives con tu terapeuta?

—Es algo que no responderé, supongo que en la clínica te informaron de todo lo relacionado a mí, así que no tienes nada más que hacer aquí.

—¿Por qué dejaste la clínica?

—Eso es algo personal y no responderé a tu pregunta.

—Es una lástima que tengas que hacerlo, yo te envió dinero cada tres meses para pagar tu estancia en ese lugar.

Aprieto la mandíbula, es cierto que ella pago los primeros meses, pero después me entere del fideicomiso que me dejo mi padre por si algo le ocurría y comencé a ocuparlo. Es una cifra grande por lo que no he tenido que preocuparme por dinero.

—Se supone que los últimos seis meses te devolví todo tu dinero.

—El abogado me notifico de que tomaste el fidecomiso. Al principio me preocupo eso, con tus vicios seguro que te lo gastabas todo.

Aprieto mis manos en puño y es tanta la fuerza que ejerzo que me empiezan a doler los brazos.

—Voy a ser educado y te pido de la manera más amable que te retires de aquí. No tiene nada que hacer aquí Sra. Miller.

—¿Ya no soy mamá? —Habla con un atisbo de tristeza que rápidamente disfraza por diversión.

Vuelvo a pasar la lengua por mis labios que se encuentran secos. Posteriormente abro mis manos intentando relajar mis músculos. Giro un poco el cuello haciendo que truene tan solo un poco para aminorar la tensión en mi hombros.

—Vine para verificar que siguieras en la clínica y vaya sorpresa que me lleve al enterarme de que mi hijo la había dejado. Fue una gran suerte encontrarme con tu terapeuta, solo así pude saber acerca de tu paradero ya que no dejaste datos de ti en la clínica.

—Lo que haga o no, no tiene por qué interesarte. Hace un año me dijiste que habías perdido tanto a tu esposo como a tu hijo, no entiendo que haces aquí.

—Te lo acabo de decir Marco, vine a verificar que aun estuvieras en la clínica.

—Entonces sabrás como me fue con el tratamiento. ¿Algo más que quieras saber?

—Ni siquiera lo terminaste, no puedo estar segura de que estés bien.

Pierdo la paciencia y camino hasta la puerta, la abro y me giro para ver a mi madre parada en medio de la sala mirándome como si no valiera nada.

Almas GemelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora