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—¿Nunca se va a callar?

—No negarás que está entonado— sonrió a su esposa.

—Miren, ahí está la plataforma— dijo Andrés.

—Comienza descenso— informó Jakob.

—Gracias— dijo Andrés cuando le abrieron la puerta del helicptero. Se apresuró a encontrarse con el hombre a cargo, mientras Martín y Jakob lo seguían de cerca, el matrimonio iba un de pasos más atrás.

—Él es nuestro hombre: Santiago, soldador de profundidad. Lleva más de veinte años trabajando en plataformas— dijo Martín. El susodicho se giró sobre sí y recortó con la mirada a los recién llegados, luego guiñó el ojo a Úrsula. Martín y Andrés intercambiaron miradas y vieron a uno y otro.

—Veinte años trabajando y ahora quieres ser ladrón— dijo Andrés estrechándole la mano—. Con estas manos tan toscas.

—Las tuyas son tan suaves que me voy a hacer una paja con ellas— dijo Santiago y Úrsula soltó una sonora carcajada.

—Si no te atreves a dejar una cárcel como esta en veinte años, solo se me ocurre una explicación: eres un cobarde. Y nosotros no podemos meternos en un atraco con un cobarde.

—¿Te parece un mar para un cobarde, trozo de mierda? Que has venido con el abrigo de tu madre— jaló a su interlocutor para balancearlo sobre la barandilla.

—Suéltalo si no quieres volar como los cormoranes— dijo Jakob.

—Y tu no amenaces si no quieres hacerle compañía— dijo Úrsula amartillando el arma en la sien de su amigo.

—Ey, ey— llamó Martín levantando un poco las manos hacia el matrimonio y hacia Santiago.

—¿Por qué no te has largado? — dudó Andrés.

—Porque tengo siete hijos.

—Las caderas de tu mujer deben estar gastadas como la rueda de un molino.

—Escucha al idiota ese— dijo Bakari codeando a su mujer.

—Siete hijos, con siete mujeres distintas.

—Este tipo es una especie en extinción. Quedamos dos románticos en la Tierra y mira dónde estaba escondido el otro— rió Andrés. Ursula guardó el arma, empujó levemente a Andrés para pasar y abrazó a Santiago, este la estrujó entre sus brazos y la elevó un poco del suelo.

—Preguntan por ti, no les falta nada.

—Yo sé que no, mi chiquita.

—Supongo que me extrañaste.

—¿Cómo no hacerlo?

—¿Se conocen? — se desconcertó Andrés.

—¿No ves el parecido, pedazo de mierda? — se burló Úrsula—. Es mi hermano mayor.

—Te dije que ni de chiste se iba aenterar— se rió Bakari antes de estrechar a su cuñado y recibir un manojo de billetes de cada uno.

ConstantinoplaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora