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—Helsinki, corre— gritó Moscú mientras él y su hijo cargaban al director. Cairo llevaba en brazos a Constantinopla, sangraba. Solo fue suficiente que Ibagué corriera con el botiquín, iba a maniobrar lo suficiente para que no muriera desangrado. En cambio, Constantinopla supo hacer la presión suficiente, César le había enseñado un par de trucos.

—Déjame ver— se apresuró Berlín.

—Ve con Moscú— espetó Constantinopla empujándolo.

—Ten— dijo Ibagué tendiéndole una gasa. Era la que tenía mayores conocimientos en medicina, pero no se atrevía a operar en ese ambiente.

***

—Cava inferior, renal derecho, izquierda. Mesentérica. Pulmonar derecha, izquierda. Este es el corazón. Subclavia derecha e izquierda. Braquial. Humeral. Yugular interna y externa— dijo el Profesor luego de marcarlas con plumón—. Y en rojo las arterias principales.

—Eh, para, para, para. Vamos a ver. ¿Quieres que aprendamos medicina así, con dos rotuladores? — interrumpió Denver.

—Sí, no es tan difícil— dijo Constantinopla, para ella era obvio.

—No, venga, que si me disparan, salgo— dijo Denver.

—Seas idiota— dijo Constantinopla dándole un zape, este se lo regresó con la misma efusividad haciendo que el padre de él se pusiera en medio para que no se mataran.

—Prefiero no tener una salud de hierro a estar en una celda— dijo Tokio.

—Hay personas que pueden vivir con una bala dentro— dijo Río.

—Nadie sale— sentenció el Profesor—. Ibagué tiene conocimientos de medicina, pero irá en calidad de rehén. Ella y Cairo cuidarán de los rehenes siendo eso, rehenes, así que no podrá correr a sacar la bala si algo sale mal...

—No se pueden confiar— fue lo único que dijo la susodicha. A pesar de ser joven, se mantenía a raya del resto, sus únicas interacciones con el mundo eran su marido, Berlín y el Profesor, dando a entender una amistad de años.

—No podemos destapar nuestra fachada de buenas a primeras— dijo Cairo.

—Si alguno recibe un disparo, no podrá ir a un hospital— sentenció Ibagué pensándolo un poco mejor—. Eso hay que tenerlo claro.

—Coges la pinza y sacas la bala— dijo Nairobi.

—Claro, como el juego— dijo Denver.

—No saldremos, ya déjalo pasar— dijo Constantinopla.

—¿Quién sigue? — dudó el Profesor haciendo bajar a Río.

—Nadie— dijo Nairobi viendo a los congregados—. Bueno— subió a la mesa y se quitó la blusa antes de tirársela al Profesor, pero este parecía incómodo con ello.

—Vale, enséñanos qué has aprendido— dijo el Profesor entregando el rotulador a Tokio, quien comenzó a dibujar sobre el torso descubierto de su compañera, murmuraba más para sí que para su público, así que se volvía una evaluación individual, al menos hasta que bajó más de la cuenta...

—¿Qué coño haces? — espetó la gitana dándole un manotazo y enderezándose.

—Pero es que yo...

—¿No te enseñaron a quitar las narices de donde no te llaman? — empezó Nairobi bajándose de la mesa, lista para golpear a la pelicorta, quien, siendo impulsiva, ya gritaba y pataleaba como si la ofendida fuera ella. Berlín detuvo a Nairobi y Moscú cargaba a la otra.

ConstantinoplaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora