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Las patrullas la habían rodeado

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Las patrullas la habían rodeado. Sí tenía escapatoria, pero sería complicado y no le gustaba verse ahorcada en ese aspecto. Así que salió con las manos en alto y a paso lento, que vieran que no tramaba nada, iba a saco limpio. Un oficial se acercó por detrás y le golpeó la parte trasera de la rodilla con el arma, cayó de rodillas y otro oficial la esposó haciendo uso excesivo de la fuerza. La levantó con brusquedad y la metió en la patrulla. Llegaron a la comisaría, le tomaron el atestado y pasó la noche en una celda, no le permitieron hacer su llamada, menos le proporcionaron un abogado.

A la mañana siguiente, fue despertada con un balde de agua helada. La castaña era uno de esos criminales a los que se les disfrutaba más cuando estaban fuera de una celda, por ello no la habían arrestado por sus múltiples delitos. Cuando reaccionó, se apresuraron a esposarla y le pusieron una bolsa en la cabeza para que no viera a dónde se dirigían. No peleó, eso solo significaba una cosa, así que se dejó arrastrar.

Habían llegado al Patio Trasero, donde Alicia Sierra disfrutaba de torturar. Era una treta para que ambas mujeres frenaran sus movidas. Fue encadenada a una columna, no hubo necesidad de explorar mucho la habitación, sabía que los utensilios de tortura eran de lo más variados. No le vendaron los ojos ni la elevaron del suelo. Osmar custodiaba la entrada. Se escuchaba la voz y tacones de su madre, cuando entró, ambas se sostuvieron la mirada durante un largo momento, antes de que la pelirroja se plantara frente a la joven.

— ¿No fue mucho teatro para vernos?

— ¡Cállate!

— ¿Me extrañaste, madre?

— No te atrevas a decirlo.

— Creí que no querías saber más de mí.

— Osmar, llévatela, asegúrate que no diga nada...

— Háblame a mí— sentenció antes de escupir, la pelirroja le propinó un puñetazo al rostro.

— ¿Quieres que se repita lo de hace un par de años? — le sonrió mientras le acariciaba la cicatriz del vientre. Federica la pateó para quitársela de encima, pero la mayor regresó para propinarle tanto como su puño le permitiera, poco importaba si le cerraba el ojo o le reventaba el labio.

***

— ¿La llevaste a Argelia?

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— ¿La llevaste a Argelia?

— No sabía que era ella, coño.

— ¿Cómo no lo ibas a saber? ¿Qué tu equipo no te dice nada?

— Normalmente termino con los casos de colegas.

— Alicia, la chiquilla estuvo en urgencias.

— Solo fueron unos golpes.

— Seguro los que tú le diste, pero eso no exonera a todo el equipo.

— Me vas a salir ahora con la misma cantaleta de hace diez años y esa vez ni siquiera fue mi culpa.

— No te estoy acusando.

— Entonces mantente al margen, Silver, porque yo sabré cómo educo a mi hija.

— ¿Sabes? Se supone que las madres deben alentar a sus hijos, ¿dónde dejaste tu manual?

— No me hables como si fuera tu hija.

— ¿O qué? ¿Me vas a echar a tu marido? Germán ni enterado de que lo engañabas conmigo.

ConstantinoplaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora