—Por un momento creí...
—Ni lo menciones— pero la pelirroja parecía en trance.
—Federica. Háblame, por favor.
—¿Qué quieres que te diga? Solo cura mi herida física, yo no podré nunca sanar eso, lo vio Berlín, lo vieron mis amigos, Denver lo vio.
—¿No se los has dicho?
—¿Cómo les voy a decir que esa es la peor herida que he recibido? Lo hizo en antaño y hoy lo volvió a intentar.
—¿Por eso no tenías mono? — inquirió a sus espaldas.
—No— murmuró por lo bajo, no había reparado en él—. Me provoqué el vómito y las heridas del cuello para lograr que me soltara.
—Eso no explica lo magullado que está tu rostro— quitó a la rubia, con la mirada le pidió dejarlos solos, él terminaba de coser las heridas del rostro.
—Esta de aquí— llevó la mano de su esposo a la sien—, es por el cargador, cuando me secuestró; esta— tocó el pómulo y la ceja, tratando de ni siquiera rosar el ojo hinchado—, es por la trampa, descompusimos el teclado con mi rostro...
—El tirante roto y los cortes en tus caderas son de...
—Sí, por favor no lo menciones. Decirlo en voz alta solo lo hace real— Berlín la abrazó.
—Te llevaré con Ibagué, ella coserá mejor que yo.
—Perdón...
—No, ni siquiera lo pienses— la besó con pasión, pero delicadeza.
—Palermo.
—Lo escucho.
—¿Cómo está?
—Consciente.
—¿Estado físico general?
—Tiene un brazo completamente inmovilizado, perdió mucha sangre, respira lo justo.
—Apenas iba a ir por ti.
—Aquí me tienes— su amiga la abrazó. Constantinopla no reparaba en que ahí estaban todos, incluso Tokio, a quien no había visto desde que la llevaron abajo.
—¿Se recuperará?
—Si yo fuera su madre, estaría prendiendo velas, señor.
—Ya le digo yo que se va a recuperar— dijo Bogotá—. Me voy encargar personalmente. Como si tengo que sacarlo y estar con él seis meses, pero yo a ti te curo. Te doy sopitas, te pongo fuerte y, cuando estés como un roble, ¿sabes lo que va a pasar? Que te voy a matar, te voy a matar a golpes.
—¿Qué cojones hacemos salvándole la vida a este hijo de puta? — espetó Río.
—¿Puede hablar?
—De momento, está parco.
—Me llamo Estocolmo, ¿te acuerdas de mí? — hacía tanta presión en testículos y pene, que su padre soltó un quejido.
—Suéltame, hija de la gran puta, malnacida. Suelta.
—Puede hablar— dijo Estocolmo.
—Ha matado a Nairobi, ¿qué cojones estamos haciendo? ¡Hay que matarlo! — gritaba Río.
—Eso va a depender de él. Si quiere vivir, vivirá; si quiere morir, morirá.
—Tú no puedes decir eso— espetó al quitar a su amiga y apartar a Palermo del radio—. Porque no tienes ni puñetera idea de lo que se siente aquí dentro, no sabes lo que significa mirarlo a los ojos...
—Constantinopla...
—No me hables como si fueras mi padre, ¡ni el idiota ese lo hace y eso que lo tengo aquí enfrente para corroborar! ¿Tienes idea de lo que siento? ¿O lo que siente Helsinki? Él lo está cosiendo, curando, ¿sabes a quién curó antes? No, no lo sabes, claro que no lo sabes. No tienes idea, porque no fuiste lo suficientemente valiente para entrar aquí y hacer el verdadero trabajo. Por eso matan a Nairobi y sigues dando órdenes, sin soltar una lágrima, porque tú no sientes nada. ¡No sientes nada!
—Ya, ¡ya! — Houston la separó a tiempo que Denver gritaba. Constantinopla se desplomó, de rodillas a seguir llorando mientras se cubría la cara.
—¿Acaso le quieres dar sopitas?
—Sé lo que se siente perder...
—¡No tienes idea de cómo me siento! Que él me ha violado, ¿enserio crees que yo escapé de casa porque Sierra me encontró, ella solo le hacía un favor...
—Esto es guerra— habló Cairo, trataba de serenarse porque ahora sentía más ganas de golpearlo que cuando lo conoció, aunque la pelirroja murmuró hacia el ex policía, alcanzó a escuchar antes de que se volviera a quebrar en llanto—, esto ahora se trata de supervivencia, han roto la tregua y no nos queda tiempo. Hay que darle la vuelta a la situación.
—¡Helsinki! — llamó Morelia.
—¿De qué sirvió matarla, hijo de puta? — repetía una y otra vez mientras vaciaba el cargador alrededor del policía.
—No lo hagas— espetó Morelia al jalar el arma y ponerse en medio. Palermo llamaba al serbio y ella volteó a ver al progenitor de su hermana, vio un deje de satisfacción, así que tomó el arma y lo golpeó con la culata, frustrada por no poder matarlo.
—Tokio, Denver, Río, conmigo— habló Estocolmo.
—Ya, ven acá— la jaló Ibagué—, debo terminar de coser.
—Yo aguanto.
—No fue pregunta, se te abrieron los puntos.
—Mejor cose a Constantinopla, espero— Morelia trató de forzar una sonrisa.
—En cuanto confirmen el retorno de Marsella, hablarás con él.
—¿Acaso todos esperan que acepte la propuesta?
—Ahora te haces de la boca chiquita, bien que te encanta el mudito— sonrió Ibagué al codearla.
—Salgamos de aquí con vida y después pensaré si me quiero casar de rosa o rojo.
—No debiste haber entrado— dijo Houston llevándola a otra ala para que descansara.
—Berlín se aguantó las ganas de decirlo— trató de sonreír.
—¿Es verdad lo que dijiste?
—¿Alguna vez te he mentido?
—Son acusaciones muy serias.
—Alicia no me arrestó por mis delitos de falsificación y suplantación de identidad, sino porque mi padre se lo pidió, ¿qué mejor forma de desaparecer evidencia que con una tortura? Porque a mí no me trató de forma tan benevolente como a Río.
—Supongo que no hay atestado ni seguimiento... nada.
—Fue algo entre colegas, un favor entre viejos amantes.
—¿Crees que Berlín no lo esté matando?
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Constantinopla
FanfictionDonde Constantinopla entrará a la fábrica para salir de dos sombras bastante grandes, sus apellidos quedarán en el olvido al adentrarse en la banda de atracadores. Nacen nuevos sueños e ideales, conocerá una familia mejor y, posiblemente, al amor de...