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Y Sierra salió de la carpa, con su andar elegante, su barriga de frente y un oso de peluche azul bajo el brazo

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Y Sierra salió de la carpa, con su andar elegante, su barriga de frente y un oso de peluche azul bajo el brazo. Todos atentos a cualquier movimiento en el perímetro. Morelia y Nairobi daban la ronda cuando la gitana se dio cuenta de lo que pasaba, se aceleró y la rubia corrió detrás de ella. Constantinopla bebía su suero, con su mono repleto de paletas de sabores, iba de la mano de su esposo cuando su amante mencionó el peluche. Sierra avanzó hasta dejarlo frente a la puerta y volvió, no llevaba chaleco, no llevaba su arma y poco le importaba si un láser la apuntaba en medio de las cejas.

—Hay que salir fuera por ese oso.

—Estamos con eso— dijo Berlín.

—Ya voy yo.

—¿Con permiso de quién? — Ibagué le cerró el paso.

—¿Qué pasa?

—Lo hacemos según el protocolo— dijo Helsinki.

—¿Qué bicho te picó, Nairobi? — inquirió Palermo, la gitana no respondió.

—Constantinopla, Morelia, les toca— dijo Cairo.

—No las vas a mandar ahí solas— espetó Houston.

—Claro que no, el chaval las acompañará— sonrió Berlín.

—¡Quietos! Es una muerte segura, prácticamente un suicidio, ¿y si fueran explosivos? — Arturo se puso de pie.

—Si fueran explosivos, irías tú. ¡Cállate! — exclamó Denver a la par que las muchachas alzaban sus armas.

—Rápido, caretas puestas— exclamó Constantinopla. Ambas le apuntaban al becario. Houston las esperaba dentro, tomó el peluche y lo llevó a rayos X. Helsinki lo abrió y sacó el teléfono, este sonó.

—¡Hija de la gran puta! — contestó Nairobi—. ¿Qué coño quieres?

—Hacerte una oferta.

—Vete a la mierda— y colgó.

—¿A dónde carajo crees que vas...?

—Suéltame— amartilló su pistola.

—No sé qué mierda le pasa, pero la quiero acá ahora.

—Ay, cariño, acúsala de insurrecta— se burló Constantinopla, le besó con rapidez y se fue detrás de la gitana—. Los dulces, Morelia.

—Oye, estos también son para ti— sonrió la rubia al sentarse a su lado, abrió la bolsa y ambas agarraron.

—Es del hacha, ¿verdad? — Nairobi trataba de aguantar el llanto.

—Ya no huele a él.

—No me dijiste— susurró Morelia con su tono clásico—. Nairobi...

—¿Vas a caer en su juego?

—Me han jodido pero bien... ahora, lo único que quiero, es oler a mi hijo. Soy una mala madre.

—No— Constantinopla se arrodilló enfrente y la tomó del mentón—, fuiste la madre que pudiste ser. Pagaste por ello, aún lo haces.

—No tienen ni puta idea— apretó la mano de la rubia—. Cuando me llamaban para pillar, cogía a mi niño y me iba al parque. Lo ponía guapo, lo sentaba en su sillita y le daba su osito. Y mamá, dentro del osito, ponía pirulas, cocaína, heroína, lo que hiciera falta. Así bajaba a mi niño al parque. Lo utilicé de mula, me lo quitaron. Me lo quitaron con razón.

—No contestes— dijo Constantinopla, pero un dolor evitó que se levantara a evitarlo.

—Tengo a tu hijo.

—¿Qué?

—Axel, está conmigo.

—No es verdad.

—Lo tengo aquí, a un metro. Tan salado como siempre, pero con nueve años. Axel, ¿qué quieres ser de grande?

—Cocinero.

—Quiere ser cocinero.

—Me estás mintiendo, te voy a colgar.

—No cuelgues, tengo algo que ofrecerte. Pero, lo primero de todo, te voy a demostrar que yo no miento.

—Yo no confío en hijas de puta.

—Ya, pero la pelirroja está contigo.

—Ni se te ocurra asomarte— se quejó tocando su vientre apenas perceptible. Pero la gitana no escuchó, estaba en la ventana, llorando de felicidad.

—Mi hijo.

—Nairobi.

La jaló Morelia para tratar de ponerse en medio, pero la rubia, sintió su hombro ser atravesado, ya que no se levantó a tiempo. Morelia gritaba a todo pulmón mientras Constantinopla abrió el mono para hacer presión, lloraba de las punzadas que le daba el vientre y que no podía parar la hemorragia. Nairobi gemía del dolor. Helsinki gritó a Denver y Houston que lo ayudaran. Houston comenzó a maniobrar a su pequeña en cuanto llegó Bogotá a auxiliar. Constantinopla no aguantaba el llanto, su cara de sufrimiento alertó a Palermo, no se podía mover de su posición.

—Vienen los tanques— habló Cairo al entrar, Ibagué se arrodilló a analizar heridas.

—Profesor, aquí Palermo. ¡Sergio!

—Han ejecutado a Lisboa.

—Aquí han abatido a Nairobi, un francotirador.

—Recibimos un ataque— dijo Cairo.

—Cairo, esto ya no es un atraco, ni un pulso al sistema. Esto es guerra, actúa en consecuencia.

—¡DEFCON 2!

—Helsinki, DEFCON 2.

—Ahora no— lloró—, estoy con Nairobi.

—Yo voy— por fin se paró Constantinopla. Pero Berlín la quitó, ella no podía maniobrar.

—Despejamos la zona— exclamó Palermo moviendo a los rehenes.

—De rodillas, manos a la cabeza— espetó Constantinopla a tiempo que Cairo y Berlín armaban.

—Posición. ¡Puertas! — Constantinopla las abrió—. ¡Fuego!

—Esto es guerra, cariño— susurró Berlín llamando la atención de su esposa, pero ella lloraba por las punzadas, no sangraba y sabía que era consecuencia de la patada que le dio su padre. Así que se soltó y fue hasta su progenitor y dio puñetazos hasta que se cansó, se quejaba con cada golpe y Gandía solo se reía: la había roto.

ConstantinoplaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora