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Todos iban en la furgoneta, eran las 8:35 am del viernes, daba inicio el atraco

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Todos iban en la furgoneta, eran las 8:35 am del viernes, daba inicio el atraco. Todos llevaban los monos rojos y las máscaras de Dalí, todos excepto Ibagué y Cairo—. ¿Quién eligió la careta? — preguntó Río luego de quitársela.

—¿Qué le pasa ahora a la careta?— dudó Berlín.

—No da miedo. Tú ves las películas de atracadores y las caretas dan miedo— dijo Río—. Son zombis, esqueletos, la muerte, yo qué sé...— se quedó mudo luego de que Constantinopla y Berlín le apuntaran con su pistola.

—Con un arma en la mano, te aseguro que da más miedo un loco que un esqueleto— habló Berlín.

—Un día te presentaré a una pelirroja desquiciada e inhumana, créeme, no necesita de arma alguna para infundir miedo— dijo Constantinopla luego de bajar el arma.

—Venga ya— dijo Moscú.

—¿Quién era el payo este del bigote? — inquirió Denver, luego Berlín bajó su arma.

—Dalí, hijo, un pintor español. Era muy bueno— dijo Moscú.

—Un pintor...

—Sí.

—Un pintor de pintar...

—Sí, carajo, ¿de qué otra cosa va a ser? — espetó Constantinopla. Denver estiró su mano y ella la apartó, luego la camioneta frenó y de ella bajó Moscú.

—¿Estás enojada? — dudó Denver al bajar y luego ayudarla.

—La escogió Ibagué...

—¿Qué?

—La careta, la escogió Ibagué.

—Vaya, si no he preguntado yo... claro, como tu amiga sabe de cultura...

—Historia y filosofía, sí.

Solo había una forma de entrar en la Fábrica de Moneda y Timbre con tres toneladas de artefactos de arsenal. Iba a hacerlo dentro del camión que entraba cada semana con las nuevas bobinas de papel moneda listas para imprimir. Eso iban a hacer, entrar hasta la cocina y escoltados por la mismísima Policía Nacional. En España, cualquier cosa custodiada por dos setas, era algo fuertemente protegido. Moscú y Helsinki se encargaron de hacer las desviaciones. Si inhibes cualquier posibilidad de que se comuniquen por radio o telefonía, y si apuntaban a los chavales de 26 años como hacían Denver, Tokio, Constantinopla, Nairobi y Oslo, solo lograron hacerlos temblar de miedo.

—Hora de actuar— susurró Constantinopla antes de romper filas.

—¡Vas a hacer lo que te diga! — gritó Denver.

—Abrirás la puerta del camión, ¿me oyes? — exclamó Berlín.

—Fuera del puto coche— sentenció Constantinopla.

ConstantinoplaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora