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El lugar era un caos, no solo por los oficiales y las bombas de humo, también los manifestantes, los helicópteros en el cielo y los pocos rehenes que terminaban de desalojar el lugar. Acababa de entrar el resto de la banda cuando Palermo presionó el botón, Berlín se apresuró a cubrir a su esposa para que no sufriera daño. Escuchó por el radio que su padre activaba el código rojo. Constantinopla ordenó que partiera el tren de las brujas, Nairobi y Tokio se apresuraron, Morelia debía ir también, pero la pelirroja no lo permitió, eso les quitaría el factor sorpresa demasiado pronto.

—Tiempo— llamó la pelirroja.

—Van bien— dijo Morelia a su costado.

—Llévenlos a la biblioteca— ordenó Constantinopla. Denver abrió paso, él y Houston los guiaban. Palermo y Helsinki ya estaban ahí.

—A alguien le gusta tener la voz de mando— sonrió Morelia.

—Vamos, seguro los chicos ya deben estar allá— la tomó del brazo y avanzaron seguidas de Ibagué y Cairo.

—Aquí estarán seguro. Entre literatos y poetas no hay nada que temer, tranquilos. Levantad las manos, vamos, así, como en un atraco. Vamos. Bien. Señoras y señores, mi nombre es Palermo y tengo dos noticias para daros, una buena y potra mala: la mala es que el Banco de España está sufriendo un ataque, y la buena, ¡es que los atacantes somos nosotros, muchachos!

—Atrás— ordenó Berlín con la careta puesta.

—Atrás, para atrás— ordenó Constantinopla a su lado.

—¡Todo el mundo tranquilo! — este era Denver, tratando de frenar el pánico.

—A partir de este momento, forman parte de nuestra maravillosa familia de rehenes. Vamos a pasar unos días de desconexión absoluta, así que vayan poniéndose los antifaces, por favor. ¡Pónganse los antifaces carajo, vamos!

—Para que nadie tenga la tentación de hacerse los héroes, van a entregarle sus teléfonos móviles aquí, a mi compañero Denver— intervino Berlín con una sonrisa inigualable.

—Vamos a hacer una cosa— terció el susodicho—. Todo aquel que sea padre o madre, que levante la mano. Vale, os vamos a etiquetar el teléfono de rojo y vais a poder hacer una llamada al día.

—¿A qué juegas, cariño? — se acercó Constantinopla amartillando el arma.

—Eso lo digo yo, que para eso soy el coordinador de rehenes.

—¿Ah sí, que hiciste un cursito? ¿Sos el papá del año?

—Que todo el mundo saque su móvil ya.

***

—Ay, verdad. que eres un poco piji, Tokio— habló Denver. Helsinki y Kolad habían terminado de vestir a los niños de Dalí.

—Que bonito, ¿cómo se llama de verdad? — dijo Lisboa.

—Seguro que están tan locos como estos dos— dijo Granada dándole un codazo.

—Eso que te lo cuente su padre— dijo Estocolmo.

—Cincinnati— se enorgulleció Denver.

—No, no, no— se rieron Kolad y Lisboa.

—Vamos a ver, que el amor de mi vida le quería llamar Cynthia cuando pensó que iba a ser niña. Pero...

—Bueno, es que no se veía muy claro en la ecografía.

—¿Y eso? — reiteró Lisboa.

—Solo me pudieron hacer la primera— informó Estocolmo.

—¿Y dónde fue la primera? Te acuerdas, en esta clínica de Silawesi.

ConstantinoplaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora