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Aun molesta con la noticia de la llegada de la pelicorta, la pelirroja la tomó del brazo y la condujo dentro. Lisboa y el Profesor se limitaron a ver la escena, ya habían aprendido que con la joven no se podían meter, mucho menos cuando estaba molesta. Morelia e Ibagué fueron las encargadas de alejar a los niños de ahí. La rubia llamó al ex policía y se quedó con los chiquillos, ni Ibagué se atrevió a entrar en la reunión sabiendo que solo significa la cólera de su amiga. Houston no tuvo que preguntar, ver ahí a Tokio solo significaba catástrofe. Lisboa le dio una bebida que sabía que no lo calmaría, al menos para que tuviera las manos entretenidas.

—¿Hace cuántos días?

—Once días.

—¿Dónde consiguieron los teléfonos? — continuó Houston. La pelicorta estaba de un lado de la mesa mientras los dos antiguos policías estaban del otro, como un interrogatorio.

—En Casablanca, hicimos escala de 24 horas.

—Los teléfonos estaban registrados— dijo Lisboa—. Lo más seguro es que hayan cobrado la recompensa por información.

—Profesor. ¿Está seguro de que tienen a Río?

—Sino, habría llamado al transportador, como hiciste tú.

—Menuda pregunta la tuya— dijo la ahora pelirroja, ella y Cairo estaban en uno de los sillones, ambos bastante molestos.

—No han publicado nada...

—Incomunicado puede estar 72 horas— dijo Houston.

—Lo están torturando— dijo Lisboa.

—Todos los países democráticos tienen un patio trasero para jugar sucio si las cosas se ponen feas— dijo Constantinopla.

—Y se las hemos puesto feas— dijo Cairo.

—Hay que sacarlo de ahí. Hay que rescatarlo.

—¿Han comprado más teléfonos?

—Sí, Helsinki.

—Hay que convocar a la banda— dijo el Profesor.

ConstantinoplaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora