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—... pero nos lo está mandando a nosotros, no a la prensa. Deduzco que el Profesor quiere negociar.

—Vaya, veo que es usted toda una artista— dijo el Profesor—. Mire, yo les ofrezco algo mejor, les ofrezco una salida. El comité cotnra torturas de la ONU ha iniciado una investigación sobre el caso Cortés, es cuestión de horas que manden a peritos forenses para interrogarlo y ni ustedes ni la presidencia quieren eso. Su única solución es entregarme a Río.

—No le voy a entregar a un detenido, los policías no entregamos a los cacos.

—Ya, claro que sí, pero es que hay una segunda razón: es obvio, como demuestra su operativo, que ustedes ya han decidido matarnos. Pero bajo custodia, no pueden eliminar a Cortés. Sin embargo, dentro del banco, en una fuga, en una persecución, ahí sí. Le estoy ofreciendo al Estado una situación mejor que la que tiene ahora. Y tercero, les ahorro el tremendo ridículo internacional de difundir el video con su comando de élite cantando el Bella Ciao.

—Quiero a todos los rehenes y a los geos, necesito vender esto como una victoria.

—Le doy a 40 rehenes y a su grupo de élite. Eso ya lo puede vender como un triunfo. Son las ocho de la tarde...

—No, quiero luz. El intercambio se hará a las ocho de la mañana— dijo Alicia y Constantinopla intentó aguantar la risa—. No voy a sacar a cuarenta rehenes de ahí sin saber qué está pasando.

—Aceptado.

—¿Ya le puedo decir? — se emocionó la pelirroja.

—Ve.

—Oye, insurrecta— sonrió Constantinopla.

—¿Qué hacías escuchando la llamada?

—Debo estudiar los pasos que realice Sierra solo con escuchar su voz, Houston y yo ideamos un plan sobre la marcha por si debemos improvisar... pero ese no es el punto.

—Tú dirás.

—Han aceptado— dijo y la pelicorta no pudo evitar exclamar y abrazarla de la emoción, la pelirroja se mantuvo estática hasta que la soltó.

—Dale las gracias al Profesor.

—Houston, tenemos un problema.

—Amo esa frase— sonrió al pararse a su lado.

—Todos tuyos.

—Adivinen quién se queda aquí esta noche— canturreaba Silver alrededor del grupo de élite, Morelia y Constantinopla grababan su hazaña: un antiguo colega se burlaba de ellos estando en otro bando—. Helsinki, Bogotá, listos.

—Vístanse, deben descansar— dijo Morelia.

—Hemos montado la de Dios por traerte a Río, espero un comportamiento ejemplar si no quieres que mi esposa y Cairo te traten peor que el atraco pasado— Berlín se paró a lado de la pelicorta mientras veía en la ventana cómo llegaba el amor de su vida. Tokio le dedicó apenas una mirada, de miedo, antes de que él se fuera.

—Ahora somos multitud— sonrió Constantinopla cuando su esposo fue a darle el beso de buenos días.

—No me importa— dijo Berlín sentándose a su lado—. ¿Cómo te sientes?

—Bien— dijo aún somnolienta.

—¿Segura que has dormido bien?

—Por supuesto, tenemos nuestro propio despacho, una tina...

—Estamos juntos y eso es lo que importa— la volvió a besar con pasión.

—¿Quieres hacer otro hijo aquí?

—No sería mala idea.

—Anda, debemos recibir al niño.

—Menudo niño hormonado, venga— se puso de pie para ayudarla a levantarse.

—Puertas— dijo el Profesor, Morelia apretó el botón, ya estaban ahí Berlín y Constantinopla, a lado de Palermo, Cairo e Ibagué del otro, observando que todo fuera viento en popa—. Helsinki, luz verde.

—Avancen— exclamó Denver. Los rehenes salieron, Río entró y Tokio corrió a abrazarlo—. Cierren puertas.

—No disparen, no disparen. Voy desarmado— era Arturo Román, ex Gobernador de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, tenía una deuda que saldar con Denver y ahí estaba él, Helsinki y Houston, apuntándole con un arma—. Soy Arturo Román.

—¿Arturito? — logró articular Denver. Houston soltó una sonora carcajada.

ConstantinoplaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora