11 ── P.M

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Es jueves por la noche, y lo único que anhelo es caer rendida en mi sofá. El día había sido agotador desde el principio, pero mi jefa decidió que debía rematarlo pidiéndome quedarme después de horas para ayudar con el inventario. Decir que no, no era una opción. Al salir del café, todavía tuve que caminar un par de calles para comprar algo de comida. Entre las bolsas con alimentos, el peso de mi bolso y el agotamiento acumulado, cada paso parecía una tarea titánica. Ni siquiera mis botas, que normalmente me daban un poco de comodidad, lograban amortiguar lo cansado del trayecto.

Las calles estaban desiertas, salvo por algún auto ocasional que pasaba zumbando, y las sombras proyectadas por los faroles titilantes me ponían más nerviosa de lo que quería admitir. Fue en una de esas esquinas, mientras ajustaba las bolsas en mis brazos, cuando escuché una voz salir de un callejón cercano.

—¿Qué llevas ahí?

El sonido era grave, un susurro entre las sombras que me hizo detenerme en seco. Mi respiración se atascó en la garganta, y un escalofrío recorrió mi espalda. Mierda. Apenas dos calles me separaban de mi edificio, pero en ese momento parecían un maldito océano.

—Nada que te importe.

Bueno, que nadie diga que tengo el mejor instinto de supervivencia. Hice el test cuando todavía existía pottermore y por más que luche por ser una Ravenclaw como mi hermana mayor, seguía quedando en Gryffindor y viendo mis acciones, supongo tiene algo de sentido. Aceleré el paso sin titubear. Vamos, ya casi estoy allí.

Mis dedos se aferraron al interior de mi bolso, donde el frío metal del gas pimienta me dio un poco de calma. Ya casi estaba ahí. Una calle menos.

El sonido de algo pesado cayendo desde cierta altura me hizo detenerme de nuevo. El eco del impacto resonó por la acera, y mis nervios se dispararon. Mi corazón martillaba contra mis costillas mientras sacaba el gas pimienta, apuntando a todos lados con manos temblorosas.

—¡Espera, soy yo!

La voz me sobresaltó tanto que casi tiré el pequeño bote al suelo.

—¡¿Qué demonios, Bucky?!

Allí estaba él, de pie a unos metros, levantando las manos en un gesto de rendición. La lata se me cayó de las manos, y me llevé una palma al pecho, intentando calmar mi respiración desbocada.

—Vi que estabas casi corriendo por la calle —dijo, luciendo visiblemente avergonzado mientras recogía mi gas pimienta—. No quise asustarte.

—Pues lo hiciste —respondí, todavía con el corazón a mil por hora. Intenté calmarme con una respiración profunda antes de añadir—: Un tipo me habló desde un callejón. No sé si quería asaltarme o qué, pero por eso venía caminando rápido. ¡Y luego tú caíste del cielo!

A.M. ✦ Bucky BarnesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora