𝐀𝐌 | Bucky no puede dormir por las pesadillas y Dannika sufre insomnio, ambos hechos concluyen en ellos dos encontrándose en la escalera de incendios de su edificio. De la casualidad surgen grandes cosas.
THE FALCON AND THE WINTER SOLDIER
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Ocho meses. En Nochebuena, Bucky y yo estaremos cumpliendo ocho meses de estar juntos. Y, como sola en mi apartamento, no intento esconder la sonrisa tonta que se me escapa. Han pasado ocho meses desde ese 24 de abril en el que ese idiota apareció como siempre por la ventana de mi piso, y luego hicimos el amor.
«Basta, Dannika. Deja de sonreír como una tonta y busca la billetera de tu novio, que los regalos de Navidad no se van a comprar con sonrisas estúpidas.»
No me considero una persona super navideña como Holly, que religiosamente se viste de elfo cada año para el Orfanato de las Hermanas de la Caridad, pero tampoco soy el extremo opuesto, el Grinch. Los años después del chasquido me quitaron un poco esa ilusión infantil, pero este año... este año es diferente.
Mi apartamento está decorado con las típicas guirnaldas en las ventanas, un mini arbolito chueco (no tan chueco, pero chueco), y dos más sobre la mesa del televisor—¡ahora tengo televisor, mira!—que Bucky me compró después de una discusión, porque él se negaba a ver las noticias en YouTube en mi computadora. El viejito con el que me he juntado, mira tú.
No era el único cambio en mi piso. De alguna manera, la mitad de mis cosas —esmaltes de uñas, mi secadora, mucha de mi lencería de encaje— estaban en su armario. Y mi armario ahora parecía el de un hombre: lleno de camisetas desgastadas y ropa deportiva de Bucky. A veces me parece tonto tener dos apartamentos, pero, sinceramente, cuando aprovecho para aparecer de la nada mientras él está estudiando alguna misión y le traigo una tarta de manzana, o cuando entro por la ventana de él y me le uno ducha sin previo aviso... Bueno, veo el lado bueno de tener dos pisos.
Recogí el reguero de ropa que había en la sala de estar. Incluso mi tanga había ido a parar al librero. Bucky había llegado hambriento la noche anterior después del trabajo, y, claro, dejó su rastro por toda la casa. Encontré los pantalones de mezclilla negra de Bucky sobre el sofá, los tomé y saqué su billetera de uno de los bolsillos. ¡La tarjeta platino!
Hubo un momento en que incluso pensé que Bucky era pobre. Si no, ¿cómo vivía en esas condiciones precarias antes? Una manta, un televisor viejo, un par de almohadas y un frigorífico vacío... Pero no. El veterano está forrado, como, forrado, con la jubilación de una división completa.
Al principio, me costó dejarme consentir por él. Lo peor era que él sabía exactamente dónde darme. Una licuadora Ninja de última generación, un horno industrial (de una marca que ni conocía, pero que era de alta cocina, según él) para la cafetería que Holly y yo planeábamos abrir, y hasta una pecera de medio metro de largo para nuestra tortura: Steve. Y lo peor de todo: Bucky seguía comprando cosas para mí y, aunque me hacía sentir en conflicto, no podía decirle que no.
Las compras no terminan, y claro, me siento un poco culpable de dejar que me consienta de esa manera. Pero, así como para Bucky muchas cosas a nivel emocional siguen siendo un desafío, para mí, aceptar ayuda o pedirla es un verdadero problema. Discutimos mucho por eso, porque si él es un cabezota, yo soy mil veces peor. Y esas peleas, bueno, a menudo terminan cuando él, actuando como un troglodita, me seduce, negándose a abandonar su idea de darme lo mejor.