O3 ── A.M

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Observo con atención y profundo remordimiento al hombre que remoja su rostro en la leche.

—Lo siento de verdad —digo por la que creo es la décima vez.

Le había rociado gas pimienta a Bucky Barnes, el mejor amigo del Capitán América, héroe nacional y protagonista de mis ensayos académicos. Esto era un genuino desastre.

Por supuesto, no iba a dejar que se fuera así, su mentón se estaba irritando —fue un verdadero alivio que al rociar el gas tuviera su boca cerrada en ese momento— y la hinchazón no parecía disminuir, la persona que me vendió el gas me explicó bastante bien cómo proceder en caso de accidente, así que nunca estuve más feliz de tener leche en el refrigerador.

Él quiso irse seguido de mi estrepitosa declaración. ¿Quién podría culparlo?

Pese a eso, cuando le pregunté si tenía leche para lavarse la zona afectada su silencio inclinó la balanza a mi favor, sin darle lugar a discutir busqué la leche que tenía en la nevera. Con las luces encendidas ahora, no fue difícil notar su brazo, entonces eso fue lo dorado que vi...

Recuerdo las noticias cuando todo mundo habla del soldado del invierno. Tenía dieciséis años y mi madre siempre ponía las noticias antes de la cena para mi padre las viera, mientras ella preparaba la comida con mi hermana o conmigo, esa vez yo estaba en la sala discutiendo con Robert por alguna tontería. Fue una gran impresión aquella cantidad de noticias sobre el hombre acusado de atacar a las Naciones Unidas y de matar al rey de Wakanda, los medio no escatimaron en exponer su rostro en todas partes, nuestros profesores dejaron de mencionar al héroe de guerra en sus temarios.

Alicia casi hizo un berrinche en ese entonces, reclamando por qué no iríamos a el Smithsonian ese año, como si no hubiésemos ido juntas al menos una docena de veces a ver la exhibición del Capitán América.

No obstante ahora me llamaba la atención su brazo, no era el brazo plateado con el que los medios hicieron comidilla por semanas, este era negro como el ónix y sus articulaciones doradas.

—Gracias —murmura cuando termina de lavarse el rostro.

Le ofrezco la toalla que estrujaba entre mis manos. La toma y se seca el rostro más brusco de lo que esperaría. Me siento terrible, debe arderle muchísimo.

—¿Puedo hacer algo más por ti? —pregunto cuando tomo la toalla de regreso.

El niega. Puedo ver que su mirada se va hasta la ventana abierta, una corriente de aire frío se cuela por la habitación. Yo me estremezco por el frío, ante mi reacción física, él da varios pasos hacia atrás.

—¿Estás bien?

—Debería irme.

Yo asiento sin saber que más decir, ya he hecho suficiente.

A.M. ✦ Bucky BarnesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora