Capítulo 29

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🌻

HEATHER




—Así que, ¿qué tal va esta semana? —indagó la doctora Cohen con una sonrisa, acomodó una de sus plantas en su respectivo lugar.

—Mi madre sigue sin hablarme —solté como si no me interesara gran cosa.

La doctora enarcó una ceja en mi dirección antes de tomar asiento en su particular sillón de color morado con una almohada amarilla. Aquello era lo más colorido del consultorio, el resto del lugar era de colores neutros y lo que le aportaba vida eran las plantas y flores situadas en cualquier esquina y mueble posible.

Después de que me dieron del alta en el hospital, pensé que era una buena idea el empezar a asistir a terapia en lugar de fingir que iba sólo para complacer a mi madre.

No llevaba yendo mucho tiempo. Esa sesión apenas era la tercera en la que realmente me abría con la doctora Cohen sin sentir la necesidad de mentir al decir que mi vida era totalmente perfecta.

Era una mujer bastante simpática y, sin saber cómo lo logró, empecé a tenerle confianza después de un par de confesiones mías durante mi primera sesión.

A veces pensaba que no se sentía de la misma manera que cuando hablaba con alguna de mis terapeutas antiguas, sino que se parecía más a la sensación que antes tenía cuando hablaba con Victoria. Me sentía cómoda hablando de mis problemas y no tenía la necesidad de mentir con respecto a ellos. Era como hablar con una amiga, sólo que ella me hacía más preguntas para que las respondiera, que hablar de sí misma.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde su discusión? —cuestionó, tomó su libreta de la mesilla junto a su sillón.

—Casi un mes. Es un nuevo récord, la última vez fueron cinco días, así que supongo que en verdad me odia.

Un resoplido divertido se me escapó con aquello último para ocultar que me dolía que aún no me hablara para nada, como si hubiera dejado de existir.

—No te odia, Heather —aseguró con voz afable.

—Estoy empezando a creer lo contrario —confesé, frunciendo el ceño—. Me he disculpado cientos de veces y aún no me dirige una sola palabra.

Anotó unas cuantas cosas en su libreta con la mayor discreción posible, pero de cualquier manera quería leer lo que estaba escribiendo rápidamente. Una vez que terminó, regresó la mirada hacia mí.

—Me contaste que sentías la necesidad de complacerla para sentirte buena hija, ¿aún sientes eso?

—Algunas veces. Es más como un impulso.

—¿Cuándo sientes ese impulso? —instó a que continuara.

—No lo sé.

—Anda, eres inteligente, piensa en ello —animó con un gesto amable, comprensivo.

Respiré hondo.

Extrañamente, no me molestaba en que insistiera que hablara porque lo hacía de tal manera en la que no razonaba que estaba insistiendo para que siguiera desahogándome.

—No es tanto en un momento en específico, sino que... es más cuando me mira de cierta manera y siento la necesidad de hacer algo para que me considere como una buena hija —suspiré, mis ojos clavados en el techo.

—La semana pasada me dijiste que sientes que ella no te tiene muchas expectativas.

—Sí —musité.

El sol, las estrellas y túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora