Capítulo 20

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C A P Í T U L O     20

HEATHER



El domingo fue mi primera sesión con diálisis después de haberla quitado de mi vida, después de haber pensado que me había despedido por completo de ella tras convencer a mi madre de que estaba demasiado cansada como para seguir llevando ese ritmo de vida, aunque no se debía a las medicinas, jeringas y tratamientos, sino a que me sentía como una carga extra y eso era exhaustivo. Quitar uno de esos deberes, me hacía sentir un poco mejor. A pesar de que peleé durante semanas con mi madre por no querer volver a utilizar la diálisis, el domingo por la mañana no me quejé de nada.

Después de mucho tiempo de desear no sentir nada y sólo pasar los días entre las suaves sábanas de mi cama, era capaz de percibir algo en mi cuerpo que no se asemejaba a ninguna de las desagradables sensaciones que había estado teniendo durante semanas. Por momentos, me atrapaba a mí misma con una sonrisa en el rostro por pensar en Archer y lo que sucedió el sábado.

No quería huir ésta vez, no quería arruinar las cosas de nuevo. Decir que estaba aterrada de lo que podía ocurrir era poco, pero gran parte de mí quería superar ese miedo; no me apetecía permitir que el resto de mi vida se deslizara por mis dedos como arena a la que me empeñaba en mantener. Era mi vida, quería vivirla aunque me aterrara cada segundo de ella, no que alguien me contara de lo que se suponía que debía ser mi vida como si fuese algo ajeno a mí.

Lunes por la mañana. El buen humor aún no me abandonaba, las diminutas sonrisas a veces hacían acto de presencia y las eliminaba rápidamente cuando me daba cuenta de que algunas personas me miraban con extrañeza al notar cómo le sonreía a la nada.

Tomé asiento en uno de los pupitres colocados junto a la ventana que daba a los pocos árboles del instituto. Los habíamos plantado bajo las amenazas del profesor Hunt de reprobarnos si no contribuíamos al cuidado del medio ambiente; dijo que si volvía a ver a alguno de sus estudiantes tirar basura fuera de su lugar, les negaría la entrada a su clase por lo que quedara del año escolar.

—Buenas a todos —vociferó la profesora de francés. Abrazó el montón de libros entre sus brazos en lo que luchó contra su bolso para que no se deslizara por su brazo, suspiró con fuerza cuando los libros cayeron sobre el escritorio junto a la pizarra y a lado de una de las ventanas. Sacudió sus palmas, se posó frente a la clase con las manos colocadas en su cintura—. Espero que hayan tenido un buen fin de semana; les recuerdo que el proyecto que definirá el treinta por ciento de su nota en el semestre, se entrega el jueves.

Y así fue cómo el buen humor se transformó en estrés con una simple oración y en un instante.

Dos horas después, para mi pesar, Victoria y yo estábamos en una de las mesas del patio para terminar nuestro proyecto de francés. Aunque parecía que ella no tenía tanta prisa en terminarlo, yo lucía como una desquiciada que estaba trabajando a toda marcha para poder salir corriendo de ahí lo antes posible. Estaba trabajando bajo presión, lo que me llevaba a hacer varias cosas a la vez, desde grabar los audios que necesitábamos para la parte oral hasta escribir con mi mejor letra la receta del postre qué Victoria se encargó de cocinar y fotografiar para el trabajo.

Era agradable estar trabajando en el patio; había uno que otro árbol en las esquinas, varias mesas de concreto con su respectiva banca hecha del mismo material, el corredor principal dirigía a este lugar por lo que se podía ver quiénes se iban a qué aula o edificio. No habían tantos alumnos a esa hora gracias a que logramos coordinarnos lo mejor posible para trabajar entre horas libres, unos pocos estaban sentados en las mesas de alrededor mientras que los demás estaban en clase.

El sol, las estrellas y túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora