Capítulo 06

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C A P Í T U L O   6

"Nuestro demonios pueden ser nuestros ángeles."

HEATHER BAILEY LEVANDER

Pasar tiempo con Archer incluía poner mis piernas a caminar y recorrer todo lo que no caminaron en toda mi vida. Eso lo aprendí a la mala. No me quejaba, me terminaba gustando porque tenía que apresurarme si quería ir a su ritmo, además, el silencio que se formaba entre nosotros era uno de esos que te envuelven como una fina manta, uno que te acoge.

Aprendí que, hasta el momento, teníamos una cosa en común: ninguno de los dos era dueño de un carro.

Él no me quiso explicar porqué, mientras que yo terminé hablando hasta por los codos del cómo mi madre decidió que no me daría un auto porque estrellé el suyo contra un poste de luz por intentar conectar mi celular a la radio. No me dijo que me callara, ni me miró mal. Me miró con la ceja arqueada y esbozó una simple sonrisa antes de empezar a negar con la cabeza.

Los carros y yo, no nos llevábamos bien. Eso también lo tuve que aprender a la mala, por ello, Via siempre me llevaba a cualquier lado, a pesar de que ella también fuera una pésima conductora.

Él siguió caminando hasta quedar frente a la puerta de un pequeño edificio que parecía ser de una sola planta, pude ver a través de las grandes ventanas varias pilas de libros viejos. Habían de cualquier tamaño y color posible, solo que todos compartían el ser viejos. Las páginas eran de esas amarillentas, rugosas y de algunas partes, rotas.

Cuando me coloqué junto a él, me percaté de las escaleras para llegar a toda la librería. Alcé mi rostro en busca de mas escaleras que dieran hacia un segundo piso, pero en su lugar, daban a un piso al sótano. Escaneé el lugar con curiosidad, muchos de los empleados eran personas de la tercera edad, mientras que algunos otros eran chicos de nuestra edad. No me atreví a entrar al lugar hasta que Archer lo hizo. Pude ver sus ojos al tiempo que miró el lugar como si fuese la primera vez que estaba ahí, era un brillo que hacían que sus ojos lucieran mucho más hermosos de lo que ya eran.

Se acercó al mostrador, donde se encontraba un chico moreno con un carrito lleno de libros, saludó al chico con alegría y luego dejó su mochila en un rinconcito, estiró su mano hacia mí, indicándome que también le diera mis cosas para que pudiera dejarlas en el mismo lugar. Se las di sin pensarlo mucho, estaba más ocupada viendo cada estante y analizando el aroma de páginas viejas colándose por mi nariz.

Archer se colocó junto a mí, al ver que me quedé quieta, sin saber a donde dirigirme, él tomó mi mano. Sentí un extraño cosquilleo por cada lugar en el que su piel tocó entró en contacto con la mía. Me guío hasta bajar las escaleras y quedar frente a otro de los libreros gigantescos.

Su mano se mantuvo sobre la mía durante un gran rato a pesar de haber llegado a donde él quería desde tiempo atrás, me puse tan nerviosa que hasta algo tan sencillo como pasar saliva o respirar me pareció una tarea imposible.

Cogió uno de los libros de la estantería y sonrió al ver las letras del título. Me lo enseñó. El dibujo de la portada era exactamente igual a la del libro por el que le pregunté. Era una especie de puente, debajo se veía el agua con el reflejo del puente, a un lado se veía un árbol largo y con el tronco ligeramente torcido. Las ramas estaban llenas de florecitas amarillas, algunas cuantas eran lo suficientemente delgadas para no tener ninguna, como si no pudieran resistir el peso ni de una flor.

—Ten —me lo tendió, lo tomé enseguida. Aquel brillo en sus ojos se volvió a hacer presente—. París era una fiesta de Ernest Hemingway. Mi libro favorito y el libro que estaba leyendo el día del camión. Lo he leído, como mínimo, unas cinco veces.

El sol, las estrellas y túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora