Capítulo 27

60 5 2
                                    

🌻

HEATHER



Había pasado el día entero intentando que mi madre me perdonara por mi desplante del día anterior. No conseguí mucho gracias a que ella se negaba a escucharme después de ver que no era capaz de mantenerme en pie y que llegué a casa con el lápiz labial manchado y Archer con marcas de él en su rostro. Casi lo decapitó en ese momento, sin mencionar que Nate estuvo a punto de golpearlo porque pensó que se aprovechó de mí. Tuve que aclarar —medio adormilada y arrastrando las palabras— que no había sucedido nada de lo que él pensaba.

Se negó a hablarme a menos de que estuviera lanzándome órdenes como un nuevo método de tortura. Me obligó a tomar una ducha, ponerme ropa decente e inclusive maquillarme. Me obligó a ver un tutorial para peinarme sin que pareciera que el viento enmarañó mi pelo y ya se había aprovechado de utilizarme como su asistente en la cocina. Escondió las pastillas para el dolor de cabeza y me dijo que fue mi decisión beber, por lo que ahora me aguantaba el dolor.

Lo primero que me dijo en la mañana fue un recordatorio de lo irresponsable que fui por haberme emborrachado a sabiendas de que no estaba en condiciones de salud optimas para siquiera beber una sola gota de alcohol. Dijo que debía empezar a comportarme como la adulta en la que me convertí al cumplir los dieciocho hace un par de meses. Jamás me arrepentí más de haber cumplido años.

Puse la mesa con movimientos lentos y algo torpes que no me permitían hacer demasiado sin desesperar a mi madre antes. En esos momentos, ella frotó ambas sienes mientras que me miró mordiendo su labio, exasperada.

Cuando traté de llenar un vaso con el agua de una jarra de cristal y tuve que sujetarla con ambas manos, algo de agua se desparramó por la mesa; la bajé de nuevo y llené la zona de servilletas. Mi mamá explotó en ese momento por su mantel mojado.

—¡Heather, no seas tan tonta, por el amor de Dios! —exclamó ella, agobiada. Me empujó con un golpe de cadera y se encargó de mi pequeño incidente—. ¿Qué te cuesta hacer las cosas bien desde un principio y no hacerlo todo mal?

Entorné los ojos sin que ella se diera cuenta de ello. Ni siquiera intenté acercarme para solucionar aquel desastre. Tenía contemplado que me diría que me alejara en cuanto tratara de ayudar.

Ya me había acostumbrado a la infinidad de veces en las que se llegó a referir a mí con esa clase de adjetivos. Las primeras veces me dejaba sintiendo como basura, después comencé a acostumbrarme a ello y a creer lo que decía. Tenía sentido considerando todas las tonterías que podía llegar a pensar o hacer.

—¡Por todos los cielos, pero no te quedes sólo viendo y haz algo! —se quejó con las cejas fruncidas.

Traje unas servilletas que quedaron en la cocina para rellenar el servilletero, me las arrebató de la mano. Luego, giró hacia mí y me dedicó una mirada enfadada, sus manos permanecieron en sus caderas.

Ya no sabía qué quería. Si ayudaba, me decía que no estorbara. Si me quedaba en mi lugar sin estorbar, me decía que fuera a ayudarle. Mi cabeza me quería aniquilar y no estaba de humor para resolver acertijos sin respuesta.

—Genial, mi mantel no pudo durar ni dos minutos antes de que alguien lo arruinara.

Movió las cosas de la mesa para así retirar el mantel que puso una hora antes. Formó una bola con él, se fue dando pasos fuertes hacia el cuarto de lavado tras dedicarme una mala cara. Aproveché su ausencia para buscar entre los gabinetes y cajones de la cocina el frasco de las pastillas para el dolor que la resaca dejó en mí.

El sol, las estrellas y túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora