Capítulo 09

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C A P Í T U L O 9

"Callar es un arte."

HEATHER BAILEY LEVANDER

Miré el pedazo de tela negra entre mis dedos, acaricié los bordes de él antes de dejarlo sobre la parte desnuda de mis piernas. Estaba muriéndome de frío, tiritó hasta todo lo que no sabía que era capaz de tiritar dentro de mí. Me arrepentí de inmediato por haber decidido ponerme uno de los vestidos de Via. De la parte de los senos, me quedaba algo holgado, como casi todo el resto. Recordé que meses atrás, ese bonito vestido púrpura con unos cuantos brillos y entallado, me quedaba bien. La constante pérdida de peso era un indicador de que no estaba mejorando. En lo más mínimo.

Era un lugar lindo para pasar una noche de fiesta cuando ya te habías cansado de convivir con los demás, a veces podía llegar a ser abrumador. La casa era bastante linda y me recordó a la pequeña casa en la que vivimos durante años hasta que los ahorros de mamá junto con los de Nate dieron resultados. Eran similares. Ambas tenían un bonito jardín lleno de flores de distintos colores, incluso había un columpio.

La casa del chico que organizó la fiesta tenía una hermana menor, pude deducirlo por la casita en el jardín con miles de teteras de juguete junto con tazas plásticas.

Rodeé mi cuerpo con la chaqueta que Derek me prestó tiempo antes, luego recargué mi espalda contra la pared de ladrillo de la casa. Metí mis manos dentro de los bolsillos hasta que mis dedos se toparon con un rollito de papel junto con un encendedor. Saqué ambos y los miré con ojos curiosos, como si nunca los hubiera visto antes.

Pensé en que era un poco extraño que Derek tuviera un cigarrillo salido de una cajetilla y encendedor en su chaqueta cuando nunca lo vi fumar, a excepción de algunas veces durante las fiestas, donde no fumaba cigarros comunes, sino que eran porros.

Las ganas de probarlo se hacían más intensas con cada segundo que pasó, la tentación se convirtió en algo casi intolerable.

Nunca había fumado en mi vida, si llegaba a casa oliendo a tabaco, era mujer muerta. Bien podría cavar mi propia tumba, era una mejor opción.

Por Dios, necesito uno. Una sola calada no me hará daño.

Horas antes, tuve la misma pelea de siempre con mamá. Siguió reiterándome que nunca me importaba todos los esfuerzos que ella hacía por mí para que estuviera bien; aún estaba enojada porque falté a la terapia del otro día. Enfureció más cuando se percató de que no me encontraba prestándole demasiada atención porque decidí silenciar sus protestas y enfocarme en lo bonita que era la agarradera de la jarra de cristal, donde mamá siempre ponía el jugo de naranja durante el desayuno.

Logré escaparme de sus reclamos, pero era imposible negar que me molestaban sus palabras.

Lo intentaba. Intentaba ser la mejor hija posible. Intentaba tomar todas mis medicinas. Intentaba pretender que era feliz y que estaba bien con no perderme de tantas cosas que debí haber hecho a mi edad y que no pude hacer porque me hacían daño.

Entonces, me armé del valor suficiente y recordé a la chimenea que Archer era. Copié los movimientos que aparecieron en mi cabeza al pensar en ello. Coloqué el cigarro entre mis labios para luego llevar el encendedor hasta él y prenderlo. Guardé el encendedor. Coloqué mis dedos en el cigarro y lo sujeté mientras le di una calada.

Tuve que quitarme el cigarro porque sentí como todo el humo se quedó dentro de mí, sin querer irse, inclusive pensé que saldría un poco de mi nariz y orejas, como uno de esos toros enojados de las caricaturas. La garganta y los pulmones comenzaron a arderme.

El sol, las estrellas y túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora