Capítulo 07

87 11 5
                                    


❖❖❖

C A P Í T U L O 7

"¿Qué necesitas para ser feliz?"

HEATHER BAILEY LEVANDER


—Realmente eres increíble, Heather Bailey Levander Bartok —reprendió con una voz dura que me hizo querer enterrarme cientos de metros bajo tierra.

Su mirada me dijo a gritos que estaba a punto de asesinarme con sus propias manos, pude ver un pequeño tic en su ojo izquierdo que delataba todas las veces en las que ella estaba más que furiosa. Negó con la cabeza repetidas veces, decepcionada.

Quise hundirme en mi propia miseria, simplemente me quería ir a mi habitación y encerrarme ahí hasta que se le pasara el enojo y no tuviera que escuchar más de sus gritos enfurecidos. Me senté en el sofá de la sala de estar y prendí la televisión —esperando que se distrajera con otra cosa— mientras que ella sacó uno de los pasteles de naranja recién horneados; llevaba dos ese día, las cosas no iban bien. Cuando terminó de colocar el pastel en otra plataforma, fue al sofá, me arrebató el control de la televisión y la apagó. Se sentó en el brazo de este.

Pude ver a Adam esconderse detrás de su cuaderno de dibujos y observó a Nate, atento de la hora en la que el hombre interviniera para detener la bomba atómica a punto de estallar entre mamá y yo.

—Me llamaron de la escuela, tuve que llamar a Derek y a Victoria para preguntarles si ellos sabían dónde estabas porque mi propia hija no tuvo la delicadeza de decirle algo a alguien. Te perdiste la terapia y no te importó —hizo el recuento de todos mis errores de ese día, contó con sus dedos cada uno. Respiré hondo por la molestia que sus palabras produjeron en mí, sí me importaba. Me importaba todo lo que ella quería que hiciera porque temía a verla llorar todas las noches, otra vez—. Me mentiste, Heather.

—Lo siento —murmuré.

Ella soltó un largo y pesado suspiro, se levantó para ir por su pastel recién horneado de naranja. Vertió el glaseado de una manera estética para los ojos de cualquiera, luego, sin importar que se pudiera hacer un desastre, partió tres rebanadas de pastel. Clavó un tenedor en cada uno, casi apuñalándolos. Agradecí por no ser aquel pastel en el que encajó el tenedor con brusquedad.

Le llevó los platos a Adam y a Nate, luego ella le dio una mordida al suyo y masticó con enojo. Su quijada estaba tensa; esa noche, estaba más que estresada. Normalmente, solo cocinaba para relajarse, casi nunca los comía. Terminaba regalando sus preparaciones a alguien más. Cuando comía, aunque fuera un solo pedazo, era porque de verdad que ni ella misma podía más con el estrés.

—Te dije que no llegaras tarde a la terapia, por supuesto, la mejor solución para ti es simplemente no ir, ¿tienes idea de lo mucho que me costó encontrar a una buena terapeuta recomendada por alguien de confianza? No. Por supuesto que no la tienes —reclamó con la mirada fija en su pastel. Jugueteé con mis dedos, quité el esmalte desgastado de mis uñas—. Hago todo por ti y a ti no te importa.

Las palabras de la mujer hicieron que la volteara a ver con ojos dolidos. Sus palabras no fueron lo que me dolió, sino que la manera en la que lo dijo. Pronunció aquello con un cierto desprecio que fui capaz de detectar, con el tiempo fui aprendiendo a dejarlo pasar puesto a que solo eran producto de su enojo, aun así, a veces seguía doliendo.

Nate abandonó su rebanada en la mesa de la sala de estar para así llegar a mi madre y abrazarla, le dio un beso en la mejilla mientras que ella continuó comiendo. Esa era la rutina. Nos enfadábamos, mamá terminaba cansada, Nate la hacía sentir mejor con unas cuantas palabras y un abrazo.

El sol, las estrellas y túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora